Joaquín Marco

Trenes vigilados

El presidente de la Generalitat se sirvió del sistema ferroviario para lanzar una imagen que constituye en sí misma todo un mensaje y que deriva del tan traído y llevado «choque de trenes» que se anunció respecto a la consulta catalana. El encontronazo ya no sería posible porque los trenes circulan por vías paralelas. En las horas en las que escribo todavía no hay resultados fiables de la consulta soberanista en Escocia, pero no cabe duda de que, sea la que sea, habrá de influir en el proceso catalán, aunque sea por simple reflejo. No deja de ser verdad, sin embargo, que las situaciones no son comparables. Retomando la imagen de los trenes nos permite una gran posibilidad de variables: a) los trenes marchan por la misma vía, dirección y velocidad (no es posible el choque); b) marchan en direcciones opuestas y a distintas velocidades, pero en la misma vía (es seguro el choque); c) marchan en la misma dirección y distinta velocidad hasta conseguir enlazarse; d) se encuentran detenidos en una estación; e) corren en vías paralelas, pero no son los únicos trenes del trayecto. En este último caso deberían vigilarse atentamente sus movimientos para evitar cualquier desastre no deseado; f) no se vigilan sus movimientos porque lo que se desea es una colisión múltiple. Quedan todavía otras varias posibilidades, porque la imagen es poderosa y puede ofrecerse en diversos registros. En el proceso escocés, para evitar cualquier colisión, el conservador David Cameron eligió trenes en vías paralelas. Las posibilidades, en el comienzo, de un triunfo independentista eran limitadas. Fue el petróleo quien abrió los ojos a los fundadores del Partido Nacional Escocés y en 1967 obtuvo 11 diputados. Hace tan sólo unas semanas las encuestas daban una considerable ventaja al unionismo, pero poco después se dieron la vuelta. Y, además, se cayó en la cuenta de que, en el caso de que Escocia se convirtiera en otro Estado europeo (estuviera o no en la UE) Gran Bretaña perdería un 8% de la población; un 9,2% del PIB, un 32% de su territorio; el 96% del petróleo. Ante dicha posibilidad las fuerzas económicas emprendieron una campaña contra el sí y los tres grandes partidos británicos le han prometido a Escocia un incremento de su autonomía y mayores disponibilidades económicas. Prácticamente Gran Bretaña camina ya hacia un federalismo que ha de comportar mayores equilibrios entre territorios de carácter tan distinto como Gales, el Ulster o el norte de Inglaterra. Pero en el ámbito europeo hay otros territorios, además de Cataluña, que observan con interés mal disimulado cómo van a funcionar las cosas tras una posible independencia escocesa. De no producirse (lo más probable), interesarán las nuevas relaciones con la Gran Bretaña y las que se establezcan en el seno mismo de Escocia. Porque un referéndum de esta naturaleza dejará vencedores y vencidos y las diferencias entre los ciudadanos habrán de ser observadas y corregidas dentro de lo posible. David Cameron se ha esforzado en mostrar el cariño que el pueblo inglés siente por una Escocia muy descontenta. Todo comenzó en la etapa thatcheriana cuando se desmanteló la industria escocesa. Escocia se ha manifestado habitualmente laborista en las elecciones y dispone de competencias exclusivas en algunas materias. En una Europa en grave crisis económica más desunida que nunca, con graves deficiencias de organización que muestren su dirección política, acosada en el Este, descompuesto el parapeto que significó la antigua Yugoeslavia, cualquier viejo o nuevo nacionalismo crece en tierra abonada. Quedan abiertos el conflicto flamenco, Córcega, la Liga Norte italiana (inventada en 1996) o el Estado de Baviera, entre otros. Todos los ojos están ahora pendientes de una Escocia que ha sido la primera en dar un paso consensuado para intentar romper un Estado tan consolidado e influyente como la Gran Bretaña. La Europa que hoy conocemos podría desintegrarse y convertirse en un escenario bien distinto en el futuro. Una Escocia independiente sería, de producirse, tan sólo el ejemplo inicial de la debilidad estructural de algunas naciones. En ello algo tiene que ver también la decepción ciudadana ante los partidos tradicionales. La figura de Alex Salmond fue menospreciada por Cameron que vio en él una forma de limitar la fortaleza de los laboristas en Escocia, pero éstos, laminados e indecisos, han perdido el aura transformadora que poseían. Tan sólo uno de los 49 diputados que envía a la Cámara de Diputados es conservador.

Escocia se identifica como una nación incluso para quienes están dispuestos a votar no a la independencia. El terreno de juego no es el identitario, sino el de las condiciones de vida. Exigen más recursos económicos y tienen en mente el discutido poder del petróleo que podría ofrecerles un mayor peso en el ámbito de un Reino Unido que tiembla por su unidad. Las políticas de recortes de David Cameron han contribuido, qué duda cabe, a fortalecer el deseo de casi la mitad o más de la población de abandonar un ámbito político en el que no acaban de sentirse cómodos, aunque en ningún caso jueguen aquí signos de identidad. David Cameron, Ed Miliband y Nick Clegg firmaron, ya a la desesperada, el 16 de septiembre, una declaración en la que se comprometen a otorgar «extensos nuevos poderes» para la autonomía escocesa, preservando la fórmula Barnett que desde hace 35 años garantiza las partidas de gasto para Escocia, Inglaterra y Gales. Apareció en la portada del «Daily Record», un diario próximo a los laboristas, en forma de pergamino y firmado por los tres líderes. Sin embargo, han surgido ya voces disconformes desde Inglaterra y Gales. Tales planes acentuarían las diferencias entre ciudadanos de unas y otras circunscripciones. Ha sonado la hora escocesa y habrá que ver las resonancias que adquiere en Europa. Los trenes, en cualquier dirección, están ahora rigurosamente vigilados.