Restringido
Trimotor
Principio el año en el norte. No recuerdo un primero de año panzurrón, lluvioso y triste en estas tierras del poniente montañés. Y llevo más de dos decenios pasando de un año a otro, por riguroso turno, en Ruiloba, Mazcuerras, Caviedes, Comillas y Labarces. Mi inolvidable amigo Manolo Escalante, el Señor de la Montaña, para referirse a un día claro y sin nubes, lo hacía a su manera sabia de cántabro del interior. «Hoy hace un día trimotor». Escribo el uno de enero, que era el de su onomástica, y que celebrábamos en su bodeguilla de Mazcuerras con una comida de sabores antiguos que preparaban Solita Camus, su mujer, también en las melancolías desaparecidas, y sus hijas Ana y María Eugenia. Ricardo, el heredero del espíritu de Manolo, era el encargado de dorar las patatas, y siempre terminaba recurriendo a mi ayuda y sabiduría en la materia.
Hoy ha amanecido el norte con un día trimotor. Pero no están Manolo ni Solita en su casa de Mazcuerras, bajo cuya balconada con vistas a la inmensa huerta del vivero, esperó en vano el bandolero Juanín, a finales de los años cuarenta, para secuestrar a Manolo a cambio de 25.000 pesetas. Juanín, Bedoya, Gildo, los últimos emboscados, alguno de ellos, como el primero, convertido en un mito por la propaganda y el fácil sentir popular.
De la educación y cortesía de los Escalante basta con señalar un detalle. Jamás se habló de política en aquella comida. Llevan cinco generaciones creando, vendiendo y plantando árboles, arbustos, y flores por toda España. Han sido grandes cazadores, y en muchas ocasiones, sin disparar. A Manolo le entraba en su puesto un gran venado de Sejos o Cabuérniga o Liébana, y Manolo después de observarlo, le permitía el paso. –Sigue tu camino–. Se conocía los ríos montañeses palmo a palmo, y pescó los mejores salmones y las mayores truchas. Pasear con él y con Ricardo por el monte equivalía a una estallante lección de sabiduría natural.
–El día más caluroso del verano, no aguantas más de diez minutos en el interior de un hayedo. Para mí, que los inventores del aire acondicionado se inspiraron en los hayedos y las fresnedas–. Una familia dedicada a los árboles no pierde el tiempo en tonterías. Las hijas están casadas con un extraordinario médico de Valdecilla y un jándalo sevillano, de origen montañés, de gustos extrañísimos. Es del Betis –lo cual entra en la normalidad–, y colecciona piezas de cristal de Murano, de muy complicada aceptación social. Siendo cuñado de Mario Camus, Manolo Escalante no fue al cine en su vida. Su cine era el monte.
En los días trimotores, cuando el calor aprieta –todos somos enemigos declarados de las playas–, nos refugiamos en el bosque de los Corzos, también conocido por el «Paso de las Becadas», allá en La Cotorra, donde una niña siempre está cayéndose de lo alto de un árbol.
Ricardo tiene cuatro hijas, María, Isabel, Sole y Carmen, y está empecinado en honrar a su padre con un nuevo Manuel Escalante, lo que le llevará sin duda, a él y a Montse su mujer, a tener seis niñas más en los próximos años.
Para colmo, Los Escalante son maestros en el deporte de Cantabria, los bolos montañeses, y Manolo formó parte de la mítica partida de «Los Colosos», con Ramiro, Cabello y Salas, en los tiempos de oro de este deporte prodigioso que alegró todos los domingos, de primavera a otoño, los corros de La Montaña. El que escribe, sinceramente, lo hace bastante bien.
Están por Valdáliga algunas laderas calcinadas. Los incendios, con el viento sur y las malas intenciones, han quemado la piel y los bosques de muchos paisajes de Cantabria. También Asturias ha sufrido, y el País Vasco, que ha tenido al mismo Monte Igueldo amenazado. El Monte Igueldo es el de mi infancia y juventud, y siempre llevo su perfil en el alma, hundiendo su proa en la mar de los vascos, también tenaza en la bahía de La Concha.
En las montañas que circundan Ruiloba, y en las de más allá, la sierra del Escudo y los Picos de Europa, se intuyen los jabalíes, los corzos, los rebecos, los venados, los osos y los lobos. Se intuyen porque están. Más osos y más lobos de los que se reconocen oficialmente, y la triste ausencia, quizá definitiva, del urogallo, que ya no visita sus cantaderos lebaniegos.
Es posible que este artículo aburra a muchos de los lectores de LA RAZÓN. Sucede que en un año que se presenta convulso, es bueno abrirle la puerta desde el buen ánimo. Cantabria, siempre España y española de corazón y lealtades. La nostalgia de los amigos que se fueron. La compañía de los que quedan y todo ello, en un día trimotor.
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