Julián Redondo
«Tumourinho»
Hay obsesiones y anhelos. Contador no renuncia a ganar el Tour. No le ofusca ni le obceca, le ilusiona. No es fácil. Tiene por delante a Froome, que parece invencible, y a Quintana, ambicioso como él y hecho un titán para escalar los Alpes. Van Garderen y Valverde parecen menos resistentes. Los tiene ahí y se desenvuelve mejor que ellos en el terreno que queda.
Obsesión es lo de Mourinho con Casillas. Se ha escandalizado porque el Oporto va a pagarle la cuarta o quinta parte de lo que él cobra en el Chelsea. Su argumento es que en Portugal hay gente que pasa hambre y es «increíble» que abone dos millones y medio de euros netos por temporada al guardameta. También es increíble que después de soltar esta perogrullada el Oporto no haya tirado la estatua con la que homenajeó al entrenador que le hizo campeón de Europa y ahora le dispara con una munición más estúpida que dañina. Mourinho llegó al Madrid el 28 de mayo de 2010, con España en crisis y los comedores de Cáritas a reventar. Cobrase o no el finiquito por la temporada que no cumplió, porque había más razones para despedirle que para mantenerle, cuando en 2013 regresó al Chelsea para sentirse otra vez especial, uno de cada cinco españoles vivía por debajo del umbral de la pobreza y Cáritas atendía a más de dos millones de personas en riesgo de exclusión social. Los parados, 5.896.300. Ni «Mou» fue responsable de la crisis española, pero sí de la perdurable división del madridismo, ni Casillas es culpable de que haya portugueses que pasan hambre, tampoco lo es de sufrir un «Tumourinho» incurable.
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