César Vidal
«Twelve Angry Men»
En 1957, Sidney Lumet dirigió «Twelve Angry Men» (Doce hombres airados) que, en España, se tituló «Doce hombres sin piedad». Con un guion originalmente televisivo de Reginal Rose, tuvo un éxito extraordinario al relatar un juicio por jurado en el que uno de sus miembros, encarnado por Henry Fonda, dejaba de manifiesto que, a pesar de los prejuicios, el sistema judicial norteamericano funciona. En España, la adaptación realizada por Gustavo Pérez Puig marcó un antes y un después de la historia de la televisión. Las adaptaciones posteriores en distintas filmografías no han dejado de ser notables. 12, la versión rusa de Mijalkov situada en las inmediaciones de la guerra de Chechenia; la india titulada «Ek Ruka Hua Faisia» (Decisión pendiente) o la china de este mismo año 1986 (Doce ciudadanos) resultan también notables. En la película rusa, notable como todas las de Mijálkov, no existe confianza en el sistema. Por el contrario, se indica claramente que el muchacho juzgado estará más seguro en la cárcel que en la calle. En la india, se pone de manifiesto el deseo de convertir en realidad la afirmación de que la república asiática es la democracia mayor del mundo y, a la vez, la frustración amarga de que muchos sueños, incluido el de la no-violencia de Gandhi, no se han convertido en realidad y, previsiblemente, nunca sucederán. La china es la más cómica, pero también la más corrosiva, porque arranca de la base de que la democracia occidental y las instituciones que de ella derivan son un completo disparate. La misma historia, a fin de cuentas, sirve para expresar visiones nacionales bien dispares. Los norteamericanos son conscientes de que pueden perpetrarse injusticias en su territorio y de que no faltan los ciudadanos cargados de prejuicios, pero, al fin y a la postre, sus instituciones son ejemplares y conducirán la situación a buen puerto. Los rusos piensan que, al final, la cárcel puede ser un lugar más seguro en ciertas situaciones que las calles. Los indios proclaman sus deseos, pero conocen una realidad no tan meliflua. Los chinos se permiten ser los únicos habitantes del planeta que no sólo no creen en la democracia sino que además se complacen en proclamar que es un sistema demencial. ¿Y los españoles? Recuerdan nostálgicamente aquel momento en blanco y negro en que quisieron ser como los norteamericanos, pero ven que es imposible y que todos los que lo intentaron, en un sentido u otro, eran mejores y ya están muertos.
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