Alfonso Ussía
Un año
Con las consabidas reservas y debilidades que todo ser humano lleva como una mochila, bueno es recordar que el Rey Don Juan Carlos ha sido para España un Rey cojonudo. La libre adjetivación de este final de la frase hubiese creado en mi difunto padre una reacción de tribulación y pasmo, pero hay que escribir lo que se siente y como se siente. Hace un año abdicó a la Corona de España, y hace un año, millones de españoles nos consideramos abandonados. El propio Rey eligió la forma y el fondo de su despededida, pero nos enfadó a muchos. Don Juan Carlos tiene una personalidad especialmente compleja. Abraza sinceramente, dialoga con generosidad, agradece lo justo y es tardo en el perdón. Su infancia y juventud fueron dificilísimas, y los tiene muy bien puestos. Allá donde se halle, en los azules infinitos, ruego a mi padre que me perdone, porque voy a escribir al límite de lo admisible para un viejo monárquico que lo dio todo por la Corona en los años difíciles del destierro de Don Juan y en los magníficos de su hijo Don Juan Carlos I.
No se encontró bien el día de la Pascua Militar. Se sintió inseguro, y allí se inició el proceso. Admirable la discreción de todos los que prepararon y fueron informados de su abdicación. Ni una indiscreción, ni un comentario para darse importancia de enterados. Rajoy, Rubalcaba, Felipe González, Rafael Spottorno, Jaime Alfonsín... Ni una palabra. Me desarboló la noticia, porque siempre creí que el Rey dejaría de serlo cuando abandonara su paso por la vida. Le mortificaron hechos dolorosos, demagogias baratas y chismes de antesala de pelotas y cortesanos. Dimitió, se alejó y dejó la Corona sobre la responsabilidad de su hijo, el hoy Rey Don Felipe VI.
Sabía que no dejaba la Corona en un hoyo. Don Felipe se está moviendo como otro Rey singularmente cojonudo. Con diferencias y similitudes. No tiene el encanto populista de su padre, pero lo suple con la determinación austera y cumplidora de la Reina Doña Sofía. Como a su padre le sobra algún amigo y le falta alguna sinceridad, pero eso corresponde a la condición humana. Los Reyes no son dioses, sino hombres, seres humanos sujetos a las debilidades, los afectos, las lisonjas y las distancias. Este Rey, Felipe VI, lo está haciendo muy bien, y merece la pena constatarlo. Quizá le sobra germanía y le falte Verbena de la Paloma, pero es posible que la Verbena de la Paloma no sirva ya para nada.
A un año de la abdicación, no me siento tan desorientado como el día de su confirmación. Mantiene la «auctoritas» de su padre más allá de nuestras fronteras. La Reina Leticia –insisto en no cometer faltas de ortografía–, se ha superado con sus nuevas responsabilidades, aunque a veces se le noten extraños –pero quizá no inconvenientes–, gestos a la galería. El análisis de «la galería» lo deposito en la opinión y antojo de los lectores.
Los Reyes lo están haciendo muy bien, y es durísima su faena. Conseguir en doce meses que la personalidad arrolladora de Don Juan Carlos no sea un hueco irrellenable, tiene mucho más mérito y justicia que los, hasta el momento, reconocidos. Quizá una sensibilidad mayor con la Iglesia sería bienvenida, porque los hombres más decentes de España, los militares, tienen en su nuevo Rey a un militar tan entregado como lo fue Don Juan Carlos I.
Se cumple un año y el Rey sigue siendo el clavo último de la unidad de España. No es la persona, sino la Institución. Pero en el caso que nos ocupa y preocupa, también la persona ha dado la talla.
Un Rey cojonudo. Perdona, padre.
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