Carmen Enríquez
Un año de calvario con el apoyo de la Infanta
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Y la imagen de ayer de Iñaki Urdangarín al dirigirse al Juzgado de Palma de Mallorca a declarar de nuevo era el fiel reflejo de todo lo que ha pasado en la vida del duque de Palma en el año transcurrido desde que compareció por primera vez ante la Justicia. Un tiempo en el que ha perdido todo o casi todo lo que tenía excepto el apoyo y el cariño de la Infanta y el de sus hijos.
Con un semblante entristecido, demacrado, con el pelo mucho más blanco que antes de comenzar su particular calvario, la mirada del en otro tiempo triunfador deportista y feliz duque consorte de Palma se alzaba al cielo en busca de una ayuda que difícilmente alguien le va a prestar.
Iñaki Urdangarín seguro que añora esos años felices en los que compartía su vida con Doña Cristina y veía crecer a sus cuatro hijos, con los que ejercía de padrazo; echa de menos tener un trabajo como el que tenía en Washington y, sobre todo, poder salir a la calle sin tener que enfrentarse a un ambiente hostil en el que la gente le insulta de forma brutal y le mira con tanto desprecio.
La vida idílica de hace un par de años se ha esfumado por completo y ha dado paso a la más espantosa de las pesadillas. Un escenario en el que no sólo se siente solo sino que también tiene que soportar el rechazo de sus antiguos amigos y de las personas que le admiraban y adulaban antes y que ahora le tratan como si fuera un apestado.
Una situación horrible en la que además, y eso es lo peor, Iñaki Urdangarín se siente ya juzgado y, por supuesto, condenado.
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