Francisco Marhuenda
Un año de rigor tenacidad e ideas claras
Mañana hará un año que Mariano Rajoy ganaba las elecciones con una holgada mayoría absoluta y Rubalcaba conducía al PSOE a la mayor derrota desde la restauración de la democracia. Los españoles castigaron en las urnas la desastrosa gestión del Gobierno socialista, que afrontó la mayor crisis económica desde la posguerra como si fuera de corto alcance, una más de las cíclicas que sufre el sistema capitalista. Rajoy consiguió la victoria tras dos derrotas, al igual que le sucedió a Felipe González o a José María Aznar. Desde el brutal atentado del 11-M y la consiguiente derrota del 14-M hasta la victoria del 20-N fueron casi ocho años muy duros. En 2008 no logró ganar a Zapatero, aunque mejoró el resultado con respeto a 2004, lo que le legitimaba, al igual que le sucedió a González o a Aznar, para un tercer intento. Es muy significativo que Zapatero nunca consiguiera la tan deseada mayoría absoluta.
Rajoy sufrió el acoso dentro y fuera de su partido. Eran pocos los que creían que podía ser el futuro presidente del Gobierno. No recuerdo que hubiera muchos «marianistas», aunque es cierto que se ha mostrado enormemente generoso con los que conspiraron contra él. Nunca ha sido una persona rencorosa. Ahora es el jefe o el presidente para aquellos que creían que había mejores candidatos. Un buen amigo me decía que la victoria siempre otorga varios kilos de carisma. Es cierto que la derrota condena al olvido y hace emerger la ingratitud.
Este año ha transcurrido a una velocidad de vértigo y creo que a todos nos gustaría que los próximos meses, con la crisis aún instalada en nuestro país, fueran un paréntesis que ya hubiera pasado. Un mal sueño del que nos despertáramos sin que tantos millones de españoles sufrieran las consecuencias de esa crisis. El presidente del Gobierno ha tenido que tomar medidas impopulares que sin lugar a dudas le hacen sentir incómodo. Una cosa son las reformas y otra distinta intentar enderezar a gran velocidad un país que caminaba con paso firme al desastre de un rescate que hubiera tenido un coste que hubiera durado muchos años. La soledad del poder es una realidad y obliga a marcar unas distancias porque hay decisiones que al final ni pueden ni deben ser colegiadas o asamblearias. Es algo que han descubierto todos los presidentes del Gobierno.
Rajoy sufrió campañas de desprestigio constantes antes de llegar al poder desde una izquierda política y mediática acostumbrada desde la Transición a la estrategia de descalificar al adversario. No hay más que acudir a las hemerotecas para recordar los disparates que se dijeron contra Suárez y los ministros de UCD. Es una izquierda que tiene una concepción patrimonial del poder y por tanto considera que tiene una superioridad moral sobre la derecha. El presidente del Gobierno sigue sufriendo esos ataques en los que se llega a cuestionar, incluso, su capacidad para sacar a España de la crisis o incluso su dedicación. Es algo común mostrarlo como si fuera a remolque de los acontecimientos.
Suárez y Rajoy son los dos presidentes que han tenido que afrontar unos escenarios más difíciles. El actual presidente tiene a su favor la tenacidad que le caracteriza y que se crece ante la adversidad. Los que le conocen saben de esa constancia y meticulosidad, esa rapidez en el análisis y en la comprensión de un tema hasta llegar al núcleo del problema. Otro aspecto importante es su instinto, que le ha permitido, a pesar de las adversidades, llegar a La Moncloa cuando muchos creían que sería imposible. No hay nada mejor que dejarse guiar por el instinto e ignorar a los listillos que no se juegan nada. Ha sido un año muy difícil, pero no ha terminado este periodo de reformas y recortes para salir de la crisis. La gravedad de la situación se puede comprobar con los datos estadísticos, que son demoledores, o con la necesidad de aprobar 27 reales decretos ley en menos de un año. La utilización de esta medida excepcional es la mejor muestra de que el escenario no podía ser más desfavorable. No ha contado ni con el apoyo de los sindicatos, a diferencia de lo que le sucedió a su antecesor, o del principal partido de la oposición, que está instalado en una interminable crisis interna.
Rajoy es consciente de la impopularidad de las medidas que adopta, pero también de que no hay otro camino. No es grato escuchar insultos y descalificaciones. Nadie es insensible cuando conoce de primera mano las dificultades que sufre la inmensa mayoría de españoles. Cuando se gobierna y más en estos tiempos tan complicados lo menos importante es la popularidad. Lo decente es seguir una línea sin importar cuáles pueden ser las consecuencias personales o políticas, porque cuando se creen en las enormes capacidades España y los españoles sería un error hacer algo diferente que lo que está haciendo Rajoy para recuperar la credibilidad internacional.
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