Angel del Río
Un estrado y un diputado
Como muchas de los parejas que se casaban hace treinta años, la recién nacida Asamblea de Madrid comenzaba a vivir de prestado, de alquiler, en el viejo caserón de la calle de San Bernardo, propiedad de la administración general del Estado y cuyas paredes rebosaban olor añejo, a caballo entre el histórico recinto universitario y la severidad por la cercanía con el Ministerio de Justicia. Recuerdo que el primer presidente del nuevo Parlamento regional, Ramón Espinar, un hombre joven que había sido alcalde de Leganés, me dijo: «Partimos de cero en la configuración autonómica y es lógico que la Asamblea no tenga por el momento aspiraciones de contar con sede propia».
Fueron los primeros unos años de consolidación difícil de la nueva institución; si la Comunidad de Madrid era una necesidad política derivada del desarrollo constitucional, y en consecuencia con un bajo nivel de interés popular, la Asamblea era, simplemente, lo más desconocido. Arraigar entre los madrileños el hecho autonómico y la existencia de un Parlamento regional no fue tarea fácil, sobre todo cuando este último no tenía sede propia.
No tardó mucho en aparecer la necesidad de sacar la institución del viejo caserón, porque físicamente era un lugar obsoleto para el normal desarrollo de la actividad parlamentaria. Comenzaron a barajarse posibles sedes, antiguos caserones o palacios del centro de Madrid, pero la oferta era escasa y, sobre todo, muy subida de precio. Por fin se encontró en Vallecas unos terrenos adecuados y asequibles. Sacar el Parlamento regional del centro de Madrid les parecía a algunos rebajar la importancia y dignidad de la institución, mientras que otros entendieron que llevarlo a un distrito periférico era una forma de descentralización recomendable. Curiosamente, fueron algunos diputados de izquierdas los que consideraban que Vallecas estaba demasiado lejos y era muy «suburbial». Con la construcción del nuevo complejo, la Asamblea comenzó a ser más conocida por los madrileños, y a ello contribuyó la celebración de jornadas de puertas abiertas y otros eventos extraparlamentarios que permitían las amplias y modernas instalaciones. Han pasado 30 años de la constitución de la Asamblea y diez del episodio político más importante de su historia: el «tamayazo». Tres décadas de la historia de Madrid, de la que quedan dos símbolos imperturbables: el viejo estrado de madera del salón de plenos de la calle de San Bernardo, pieza que se exhibe en el pasillo central del nuevo Parlamento, y José María de Federico, el único parlamentario que no ha dejado de serlo desde hace treinta años.
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