Política
Un lacio en la Feria
Lucirse en la Feria de Sevilla es harto complicado, sobre todo para el forastero. Se trata de una fiesta extraña, plagada de rituales y códigos que desconciertan al no iniciado. Aunque se tenga la planta apolínea de Pedro Sánchez, cuyo atavío inapropiado (¡esa americana oscura!) fue saludado por un paseante con el clasiquísimo malaje hispalense: «Anda, “miarma”, vete a vender pantalones al “Cortinglé”». En la Feria todo es tan de mentira como la pregonada simpatía de los sevillanos. ¿Qué puede haber de verdad en una ciudad de lona en la que el sábado habitan medio millón de personas y el lunes ya no existe? Es el marco ideal para que dos políticos escenifiquen una buena relación. Falsa, naturalmente.
Díaz llegó al encuentro feriante con Sánchez como las cigüeñas vienen de París, con un niño debajo del ala. Pero ni la presidenta de la Junta es ave migratoria, al menos por el momento, ni llegaba desde Francia. Su origen era la caseta municipal, donde Juan Espadas, alcalde de Sevilla, debió de estar invocando sortilegios para quitar el mal de ojo: un día antes había pisado ese espacio de albero consistorial el alcalde de Granada, José Torres Hurtado. «Quita, quita, ni lo mentes». Por algo Pedro Sánchez, una hora antes, había paseado frente a la caseta del Ayuntamiento sin ni siquiera pararse a saludar. Porque todo se pega menos lo bonito.
«Pedrooooo», gritaba una visitante desde el pescante de un coche de caballos. «Yo soy de la familia socialista de Valladolid de toda la vida», cuenta esta debutante en el Real. «Es la primera vez y, la verdad, no tiene nada que ver con lo que aparece en televisión». ¿La Feria? «No, Pedro Sánchez. Es mucho más guapo». Sánchez pone cara de circunstancias. Una mujer se acerca para pedirle el pan y la sal, pero de nada de eso le queda al aún candidato, vapuleado por la tozuda aritmética parlamentaria y, dentro de poco, por la inquina de sus anfitriones. Se llama Blanca y tiene 62 años. «Me da coraje que vengan a pasarlo bien cuando hay miles de personas, como yo, que lo pasa mal para comer y dormir», relata esta mujer, que señala a los políticos con el dedo de la desgracia. «No han hecho nada. Han tomado nota de mi teléfono y me dicen que está intentando formar un gobierno de progreso».
Para progresos los de la emisora que organizaba la recepción. A su llamada hay más títulos y cargos en apenas 100 metros cuadrados de caseta que los que congregaba la Duquesa de Alba en sus apariciones. Además del secretario general del PSOE, figuraban por allí Juan Ignacio Zoido, ex alcalde sevillano del PP y actual diputado en las Cortes; Antonio Ramírez de Arellano, consejero de Economía; Emilio de Llera, titular regional de Justicia; José Sánchez Maldonado, de Empleo. Hasta Teresa Rodríguez, líder de Podemos en Andalucía, hacía acto de aparición. El olor era a chamusquina. Del cielo sólo llegó Susana Díaz, acompañada de su ejército de ángeles y querubines. Juan Espadas y más miembros del Gobierno autonómico, Rosa Aguilar y Miguel Ángel Vázquez, entre otros. Ayer era el día.
«Mira, mira, cómo se besan», relatan al presenciar el encuentro entre Sánchez y Díaz. Los mirones son de la caseta vecina, «Fuera te espero», número 78, de Pepe Luis Vázquez. En la política, donde los besos son tan falsos como las promesas, nadie espera desde fuera. O casi nadie.
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