Manuel Coma

Un lugar al sol para China

«El día que China despierte, el mundo se estremecerá», dijo Napoleón Bonaparte. Está más que despierta y reclama un lugar al sol. Su ambición sobrepasa su enormidad demográfica, su meteórico crecimiento económico y militar y su dominante papel histórico en Asia. Éste último, por supuesto, lo considera una deuda pendiente, que ya ha empezado a cobrarse, de manera apremiante en el mar del Sur de China. Pero tiene sus ojos puestos sobre todo en la masa euroasiática, donde aspira, a su debido tiempo, a la preeminencia, mientras que desea estar presente y contar en África y Latinoamérica.

El cielo no es el límite. También busca presencia y peso en el espacio. Es una necesidad militar a la medida de sus ambiciones. Defensiva en primer término, en el sentido de impedir que nadie pueda intimidarla para coartarle el desarrollo de sus proyectos. Ofensiva cuando pueda ser, para doblegar voluntades que se le resistan en su camino.

En definitiva, le gustaría ser lo que hoy es Estados Unidos, sin duda de manera más impositiva, mucho más, probablemente, y sin los valores universales y el plantel de libertad y derechos humanos que la hiperpotencia ha aportado al mundo. Lo desea cada vez con más prisa y sin ninguna pausa. Su gran obstáculo es Estados Unidos, que no se muestra proclive a ser desplazado, aunque tampoco, con el presidente Barack Obama, dispuesto a las inversiones militares que pudieran convencer a China de que una carrera de armamentos no le vale la pena y que mejor es que emprenda otras vías más respetuosas con el orden internacional basado en principios liberales y, por ende, más seguras.

Estados Unidos y el orden internacional existente son el obstáculo, así como todos los países que se sienten mejor protegidos por ese orden y por la potencia americana como garante del mismo. La amenaza de desbaratarlo y de reemplazarlo por algo más parecido a las esferas de influencia y la nuda política de poder ha mitigado o liquidado muchos recelos contra el poderío de Washington, especialmente en Asia, donde el abrasador aliento del dragón se va dejando sentir con creciente intensidad. Se trata de amistades dubitativas, que tampoco quieren provocar al reanimado y quisquilloso gigante ni renunciar a sustanciosos vínculos económicos, pero que cada vez tienen menos dudas. A la cabeza Japón, que ha reforzado su clásica alianza con la potencia que la derrotó en la Segunda Guerra Mundial. India se considera demasiado importante para entrar en la órbita de nadie, y con el presidente Modi invierte, aparentemente, su tradicional desconfianza hacia China, buscando una relación de normalidad sin concesiones, pero pocas dudas puede haber respecto a dónde se situaría si la tempestad arrecia.

Para dejar las cosas claras, como si no lo estuvieran suficientemente, Pekín, siguiendo el modelo americano, hace público un documento oficial en el que explicita su estrategia militar. En realidad, es una manifestación, algo suavizada de lo que ya está haciendo y coincide con lo que todo el mundo supone que quiere hacer. Esencialmente, alejar la presencia militar americana de las costas de China todo lo que sea posible y empujarla hacia el lado opuesto del Pacífico. Proteger las rutas marítimas que la comunican con el resto del mundo, con una presencia naval en crecimiento continuo, que llegaría a procurarle el control. Si los planes de ambos competidores se desarrollan según lo previsto, en cinco años China tendrá en sus mares adyacentes 248 barcos de guerra de todo tipo, incluidos submarinos, y Estados Unidos, 64. Nada más natural, puede pensarse, pero nada más perturbador del balance actual de fuerzas. Nadie le niega que su lugar al sol tiene que ser espacioso, pero la forma de conseguirlo puede estremecer al mundo.