Alfonso Ussía
Un mes de servicio
Cuando Aznar, siguiendo los consejos de Arriola y las indicaciones de sus pies planos se cargó la obligatoriedad del Servicio Militar en España, no calculó bien la importancia de su error. Fulminó la convivencia y el compañerismo de centenares de miles de españoles. «Nadie es más que nadie y nadie menos que nadie». Los jóvenes tienen que valorar esa igualdad transitoria y benéfica. Y más que la igualdad, el honor de servir a España y aprender a defenderla. Eso lo ha comprendido el Presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, que además de aumentar el gasto en Defensa hasta alcanzar el 2,2% del presupuesto del Estado, ha recuperado una Mili obligatoria de un mes de vigencia. Todos los jóvenes franceses, mujeres y hombres, cumplirán un mes de Servicio Militar intensivo para proteger a su país aprendiendo lo que se debe hacer en caso de cataclismo, de atentado terrorista o de guerra. Se me antoja muy breve la entrega de 30 días a la defensa de su país, pero más vale un mínimo esfuerzo que nada.
Se puede programar un aprovechamiento aceptable con treinta días de estancia en los Ejércitos. Muchos españoles experimentarían por primera vez en su vida el esfuerzo de madrugar. De asumir de buen grado las órdenes superiores, acertadas o no. De interesarse por la vida y las costumbres de compatriotas que no han tratado jamás. De mejorar su forma física. De ayudar a los compañeros y ser ayudado por ellos. De respetar los símbolos comunes que representan la realidad y la Historia de España. Con independencia de todo ello, al finalizar ese mínimo servicio de un mes, cada uno perdería su condición militar sin haber sufrido coacciones o adoctrinamientos ajenos al cumplimiento del servicio, y se irían con sus ideas libres y puestas. En la Mili, la grosería, la prepotencia, el egoísmo y la deslealtad se abandonan en la puerta cuando se ingresa en el recinto militar. Algunos, al término del servicio, recuperan su egoísmo, pero la mayoría lo abandona para siempre.
Treinta días son pocos, pero suficientes para que un catalán se haga amigo para toda la vida de un andaluz, un extremeño de un vasco, un gallego de un madrileño y un montañés de un melillés o un ceutí. El entretejido de una España diversa y diferente en el que nadie sobrevuela los derechos y los deberes de los demás. El patriotismo no se enseña en la Mili, se refuerza. Y el que no siente a España, se marcha sin sentirla, pero no odiándola. La indolencia, falta de educación, procacidad intelectual y culto al odio que hoy se advierte en muchos jóvenes españoles, son consecuencia de aquel error monumental de un Aznar que se disfrazó de progre para hacerse perdonar el entusiasta franquismo de sus raíces.
Francia siempre nos saca ventaja en inteligencia y coraje políticos. Una cosa es el Ejército profesional y otra muy diferente el acceso y conocimiento de las Fuerzas Armadas de todos los españoles. Es cierto que la Mili de los años ochenta y noventa se prolongaba en exceso. Pero se tendría que haber encontrado una solución mixta de profesionales y reclutas de reemplazos que no diera por cerrada una formidable tradición.
El militar es jerárquico y disciplinado. Pero también justo, comprensivo y educado. La disciplina es una asignatura que se enseña en la Mili y se aprueba para siempre. Y es infinitamente más democrático el funcionamiento de un Regimiento que el de un partido político. Ese detalle, se les escapa a todos los que no han vestido el uniforme.
¿Un mes de Mili para las mujeres y hombres de España? Poco me parece, pero mucho más que la nada de ahora.
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