Joaquín Marco

Un mundo globalizado

Una de las características del siglo XXI es la globalización. Nada escapa a ella, impulsada por los medios de comunicación y las nuevas tecnologías. Sin embargo, pese a disponer de organizaciones que acogen al conjunto de los países del planeta, se echa de menos una defensa global de los derechos humanos. La globalidad está fraccionada en bloques, países y regiones. El planeta no dispone de medios para hacer efectivas unas reglas mínimas de comportamiento. Faltan instrumentos para conseguir una oportuna convivencia. Mientras en Europa –la zona más libre del planeta– se están preparando unas elecciones parlamentarias, los sucesos más descabellados pueden producirse en sus fronteras, por ejemplo en Ucrania. Otro caso es el de Nigeria, país que cuenta con más de 174 millones de habitantes, un 43% por debajo de los catorce años y que en poco tiempo se ha convertido en el primer productor petrolífero del África negra. Pese a sus riquezas naturales sigue siendo un país subdesarrollado, donde hace poco acaba de producirse un suceso estremecedor, fruto de la inhumanidad y del fanatismo. A mediados de abril 276 niñas, de entre doce y quince años, fueron secuestradas en una escuela de Chibok, en el nordeste de Nigeria, por un líder islamista que ha formado un grupo llamado Boko Haram (Educación no islámica). El Gobierno nigeriano, salido de las urnas, tardó quince días en darse por enterado. Éste se caracteriza por su corrupción. Boko Haram afirmó que algunas niñas habían sido vendidas por ocho dólares en países vecinos o que se habían casado y se habían integrado en el islamismo. Tras el escándalo internacional, Abubakar Sheaku difundió un vídeo con las jóvenes, o un nutrido grupo de ellas, vestidas con hiyabs de colores oscuros, repitiendo a coro la «shahada»: «Sólo hay un Dios y Mahoma es su enviado». Los rebeldes atacan principalmente colegios femeninos de congregaciones cristianas, aunque en ellos conviven con musulmanas. Se manifiestan contrarios a la educación de la mujer.

Sheaku y su organización son bien conocidos por sus atrocidades. Pocos días después del secuestro atacaron una aldea y asesinaron a más de trescientas personas y el pasado martes repitieron las escenas de horror en varios poblados. Dada la repercusión internacional, encabezada por Michelle Obama, que ha adquirido el hecho en las redes sociales y en las televisiones de todo el mundo, los terroristas pretenden ahora el chantaje: intercambiar las niñas por todos los prisioneros de Boko Haram detenidos en las cárceles nigerianas. El ministro del Interior, Abba Moro, declaró inmediatamente: «Por supuesto que lo rechazamos. No se trata de que Boko Haram pueda ir imponiendo condiciones». Cabe decir que el Gobierno nigeriano debe mostrar fortaleza ya que tiene elecciones dentro de unos meses. Así parece haberlo decidido enviando al ejército, aliado al de otros países vecinos. Por otra parte, no caben dudas sobre el maltrato de las niñas. En su video, lleno de fanáticas proclamas aseguraba: «Estas chicas por las que os preocupáis, nosotros ya las hemos liberado: se han convertido en musulmanas». Toda suerte de intermediarios facilitaron algunas informaciones más o menos verosímiles. Tres de las niñas habrían muerto debido a picaduras de serpientes, 20 estaban enfermas y muchas habían sido obligadas a casarse o vendidas. A Nigeria han acudido especialistas de los EE.UU., Reino Unido, Francia, España, Israel y China para facilitar el descubrimiento del lugar del secuestro y para ello se están utilizando los medios más idóneos, como aviones no tripulados. Este caso recuerda el acaecido en Uganda en 1996, donde un líder pseudocristiano, Joseph Kony raptó 139 niñas, muchas de las cuales pudieron ser rescatadas, aunque solo alguna logró reincorporarse a la sociedad veinte años más tarde. En ciertos casos, repudiadas por su familia ya que habían sido vejadas, prefirieron seguir junto a sus captores.

Un tupido silencio se ha abatido sobre las niñas nigerianas. Posiblemente se están produciendo negociaciones que no pueden ser reveladas sin provocar daños a las cautivas, o bien los servicios especiales, que ayudan a una ineficaz policía nigeriana, lo prefieren para actuar con más libertad. Sin la globalización el tema no hubiera alcanzado la popularidad y el malestar en los países occidentales. Este drama es un exponente, en cierto modo, de los datos que ofrece la OIT (Organización Internacional del Trabajo) cuando revela que existen 21 millones de personas sometidas a la explotación laboral forzosa, de los que 1,5 millones se encuentran en Occidente. Se trata de prostitución forzada o de trabajo infantil con los que se alcanza más de 1.500 millones de euros de beneficio. La persecución de tales delitos se deja a la voluntad de cada país. El continente asiático sigue siendo el foco mayor de tales explotaciones, seguido de África. Las organizaciones internacionales sólo se limitan a ofrecer estadísticas que deberían conmover el escenario mundial, pero no es así y las redes de trata siguen actuando con pingües beneficios. Pero retornando al escenario nigeriano, en otras ocasiones ya se han producido intercambios de prisioneros entre la banda de Boko Haram y el gobierno. Por otra parte Amnistía Internacional ya ha denunciado a las fuerzas de seguridad nigerianas por ejecuciones sumarias y detenciones ilegales, incluso de bebés, para chantajear a los miembros de la organización o sus simpatizantes. Pero en esta ocasión, el presidente Goodluck Jonathan ha demostrado su ineficacia al reaccionar tarde y con escasos medios ante una fracción terrorista que opera con libertad en el norte del país para proclamar la charia. Kony en Uganda pretendía imponer los diez mandamientos. Pese a las diferencias, el operativo es semejante. El mundo globalizado se muestra incapaz de reprimir, sino evitar, tales desmanes. Y los gobiernos de todo el mundo silencian la esclavitud moderna, la explotación laboral y sexual de niñas y jóvenes. Podemos saber gracias a los nuevos medios, pero no impedir que tales desmanes se produzcan.