José María Marco
Un orgullo legítimo
Comprender la naturaleza de nuestro país, su proyección y su prestigio fuera de nuestras fronteras requiere recordar algunas cosas bien sencillas. La primera es la geografía. España es un país rodeado casi íntegramente por el mar y volcado por lo tanto en la navegación, en la aventura, en el descubrimiento de mundos nuevos. Hoy nos hemos olvidado de esa dimensión, porque no queremos salir de casa, pero ha sido la clave de muchas cosas. Además, España es un continente en pequeño. Ningún otro país presenta tal variedad de paisajes y tal contraste de climas, a veces en distancias muy pequeñas. Hay quien prefiere la dulce Francia o la suavidad de la Toscana. Se habrá de reconocer, sin embargo, que ninguna tiene como España esa clase de belleza que sobrecoge el alma y nos pone en contacto inmediato con algo superior a nosotros.
La posición de España también debe ser tenida en cuenta. Situada en el extremo occidental de Europa, es sin embargo el país europeo que más ha cortejado Oriente. Desde la noche de los tiempos, los pueblos orientales han proyectado aquí sus deseos, sus leyendas, su fantasía. Incluso quisieron hacer suya a España. Eso nos coloca en una situación peculiar con respecto a Occidente. Occidentales por voluntad y por decisión, somos también los que más íntimamente hemos conocido algunas grandes culturas orientales. Nuestra frontera sur, además, está en el norte de África, aunque muchos españoles lo desconozcan o finjan ignorarlo.
En virtud de la geografía y de la situación, España, como ningún otro país, presenta una extraordinaria variedad cultural. Es de los muy pocos países de los que se puede hablar en plural, como las Españas. Además de los nombres romances y vasco tiene otros: Sefarad, Al-Ándalus. Los desafíos que esto ha planteado han sido gigantescos, pero se han ido resolviendo y al cabo del tiempo, aunque sepamos dónde están nuestras raíces, hemos sido capaces de integrar formas de vida muy distintas, que es legítimo llamar españolas. También es legítimo estar orgullosos de ellas, como estamos orgullosos de haber sabido preservar la diversidad de lenguas y de tradiciones que hoy caracteriza nuestro país. Muchas veces se habla de la intolerancia española. Puede ser: el caso es que somos un país donde han convivido y convergen hoy en día formas muy diversas de ser español.
Esa tolerancia es también capacidad de integración. Los españoles recrean España allí donde van, como ocurrió en el resto de Europa y en América. Hoy mismo están volviendo a crear lo español en Estados Unidos. Lo español -la lengua, ciertos giros del espíritu, el fondo humano que nos caracteriza- no se pierde fácilmente. Al mismo tiempo, siempre hemos sido capaces de incorporar al caudal común nuevos materiales, nuevas costumbres, nuevas formas de vida que pasan a convertirse en maneras de ser español inimaginables hasta ahí. Sólo hace poco tiempo los españoles se han empezado a dar cuenta otra vez de esta dimensión de su nacionalidad. Les coloca en un horizonte gigantesco por su amplitud y sus posibilidades. Si lo quisiéramos explorar de verdad, si no siguiéramos enfrascados en nuestras inseguridades y en nuestras obsesiones de campanario, nuestra industria cultural estaría entre las primeras del mundo.
La historia de nuestro país, como era de esperar, nos devuelve una imagen extraordinaria de nuestro pasado. Pocas naciones ha habido con tal voluntad de ser y de permanecer en la historia, con tal capacidad de invención, de asimilación y de reinvención, con un relato tan emocionante, tan generoso y tan digno de recuerdo como nosotros. Bien es verdad que cuando se leen los manuales en los que se enseña la historia de nuestro país, cabe preguntarse si están hablando de España o de un país imaginario, poblado de fantasías narcisistas, neuróticas y acomplejadas. Más aún cuando España, desde hace milenios, ha venido proyectando hacia fuera imágenes inmediatamente reconocibles, que nadie confunde nunca, de ésas que nunca se despintan. Tras ellas subyace una energía, unas ganas de vivir extraordinarias, una fabulosa capacidad de dialogar y establecer puentes. Durante más de un siglo las elites españolas se han empeñado en convencernos de lo contrario. Va siendo hora de quitarnos de encima problemas artificiales y que nos son ajenos.
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