Julián Redondo
Un paso al frente
Ya está hecho. Vicente del Bosque ha convocado a Diego Costa. Hubo primero un sondeo, un estudio de mercado por parte del seleccionador. Hubo un almuerzo con el jugador. El resultado fue positivo. Del Bosque descubrió que Costa es un buen chico, no el pandillero que su forma de interpretar el fútbol transmite. El seleccionador ha visto en él cualidades deportivas que trascienden de la heterodoxia.
Diego es posiblemente el jugador menos estético de la Selección desde los tiempos de Roberto Martínez y Rubén Cano. Pero es mucho futbolista, más que Rubén y «Pipi», por eso le han hecho un hueco en el equipo campeón del mundo y bicampeón de Europa. Del Bosque aprecia en él un añadido, un plus, alguien que sumará y que romperá los partidos, por eso le ha incluido en la última lista antes de la definitiva para el Mundial de Brasil. La apuesta es arriesgada e interesante.
En su tierra, a Costa no le van a extender la alfombra roja ni le van a recibir a ritmo de samba, sino todo lo contrario. La afición brasileña ya tiene un objetivo más hacia el que dirigir sus iras. Y juega con España. Diego no es de esos futbolistas que hace amigos dentro de un campo de fútbol; fuera de los terrenos de juego es un tipo normal, con aire de bonachón, perdido el rictus de ogro que le caracteriza cuando empieza el partido.
En los campos del Mundial, si va con «La Roja», que es lo probable, percibirá la animadversión de una «torcida» que se siente traicionada. Pero él, que no se arruga jamás, sabe lo que le espera, que será peor de lo previsto si Luis Felipe Scolari calienta el ambiente, como lo hizo antes de la decisión crucial.
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