Julián Redondo

Un tiro en el pie

La precisión que en el último lustro ha sido seña de identidad azulgrana hoy forma parte del pasado, añoranza que condena al Tata cuando el equipo entra en barrena y que rescata de las cenizas a JIM, fulminado a las cuatro de la tarde, paseado en andas a las seis. El oxígeno temporal de Martínez es la contaminación de Martino. El Barcelona vivió décadas en la montaña rusa, con tanta desazón que ni los éxitos le alimentaban. Desasosiego endémico, tan exagerado como esa ansiedad que al común de los mortales impide disfrutar del fin de semana porque el lunes le atropella con 48 horas de antelación. Hoy, ahora, la zozobra ha vuelto a instalarse en el Barça, al que ni siquiera el buenismo de Miguel Cardenal rescata de los demonios de toda la vida. Padece dentro del terreno de juego porque no es dueño de su destino y, alrededor, por su capacidad autodestructiva. Sufre en la hierba y en los despachos. Una arcada es una gastroenteritis y cualquier contratiempo, tañido lúgubre de campanas.

Aunque parezca mentira, los genes del Barça no son los transplantados por Guardiola sino los malos recuerdos, esa zozobra que en azulgrana alcanza un grado secular. Superado el cáncer, el paciente sólo quiere olvidarlo, enterrarlo hasta el pavoroso chequeo anual. Vivir con el temor de la recaída agota, consume y deprime; recrearse en la infelicidad debilita, como si cada 11-M saltara un tren por los aires. A Martino le cuesta rescatar al equipo de esa inquietud obsesiva y en la batalla por huir de la corrosiva nostalgia el equipo se le va de las manos, tan abruptamente que sólo la desgracia del Real Madrid le infunde ánimo, y el Madrid ahora no falla, ni el Atlético.