Teatro

Teatro

Una hermana

La Razón
La RazónLa Razón

Cuando yo empezaba a escribir teatro fui invitada a un simposio en Cincinnati. Al llegar me condujeron a una de las salas donde una profesora neoyorkina estaba dando una ponencia sobre mis obras. Entré mezclada con un grupo de alumnos, entre los que yo podía ser una más, y me senté tímidamente en la última fila. De pronto, la profesora, joven y pelirroja, levanta la vista del papel, me mira, y con una sonrisa plena me lanza un saludo con la mano. Cuando acabó su charla, bajó del escenario y corrió hacia mí, nos abrazamos. «¿Cómo me has reconocido sin conocerme?», pregunté. Ella, italiana de origen, hizo un gesto italiano y respondió: entre mil personas te reconocería, mujer.

Poco después me pidió que no volviese a Madrid, que me fuera a su casa en New Jersey, que no podíamos perder la oportunidad de conocernos mejor. Me fui con ella y viví una semana con sus cuatro hijos, su marido, sus padres, sus perros y su pájaro. Cuando me acompañó al aeropuerto yo tenía una nueva hermana pelirroja y políglota. De eso han pasado treinta años y sigo teniendo una familia en Estados Unidos y una hermana políglota que todos los años viene por estas fechas. En este tiempo hemos vivido todo tipo de aventuras. Y nos amamos como esos amores mágicos e insólitos que lo compensan todo. Ella no es perfecta, pero cuando aparece llega la alegría a mi casa, los regalos, los recuerdos hechos cuentos, los besos, los proyectos, las noches de vino y rosas.

La vida pasa tan deprisa que no nos da tiempo a envejecer. Y yo la veo exactamente igual que cuando teníamos veintitantos. Porque juntas los tenemos. Porque la amistad tiene mirada de enamorado. Y colosal dulzura.