César Vidal
Una jornada de sensatez
Me consta que hay gente a la que la idea de una jornada de reflexión le desagrada. En naciones como Hungría, Eslovenia o Bulgaria no existe y en Estados Unidos, la propaganda política sólo queda restringida el día de los comicios y en las cercanías de los colegios electorales. Sin embargo, personalmente, creo que la jornada de reflexión es una muestra nunca suficientemente alabada de cordura democrática. Durante semanas, los ciudadanos han tenido que soportar que les viertan en los oídos diluvios de demagogia, que los traten como si fueran niños, que intenten acallar su razón apelando a sentimientos no siempre nobles, que, en suma, los manipulen burdamente para arrancarles el voto. Precisamente, en ese contexto de aturdimiento, la jornada de reflexión permite que cada cual, sin que lo sigan martilleando, piense en lo mejor que puede hacer con su voto. Por unas horas, no tendrá que escuchar promesas, ataques o consignas. Estará a solas consigo mismo y con su responsabilidad ciudadana. Hasta qué punto esa jornada de reflexión es esencial para ejercer el derecho al voto con inteligencia puede verse en algunos de los episodios más bochornosos de nuestro pasado reciente, como cuando la izquierda y los nacionalistas aprovecharon el 11-M, el mayor atentado terrorista de la Historia de España, para cercar las sedes del PP y pisotear la jornada de reflexión. Millones de españoles no reflexionaron, sino que se limitaron a sentir aquel día de marzo y las consecuencias las estamos pagando todavía a día de hoy. No sorprende que los beneficiarios del 15-M pugnen por repetir semejante conducta durante la jornada de reflexión. Pero siquiera por tan vergonzosos ejemplos, resulta más que obligado aprovechar la jornada para pensar con sosiego en quiénes son los que mejor podrían regir el municipio y la comunidad... y luego votar sensatamente.
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