Cristina López Schlichting
Una sociedad con corazón
Pablo Pineda es el primer joven con síndrome de Down que ha acabado una carrera. Le pregunté qué pensaba del aborto: «Qué pregunta tan difícil –me contestó–. Si una mujer va a tener un niño como yo, le diría que mi madre se ha alegrado mucho de tenerme».
Debe de ser muy duro saberse carne de aborto, sobre todo si tu lucha por prosperar es más esforzada que la del resto. Pienso por ejemplo en Gonzalo Galán, un chico que se había quedado tetrapléjico en clase de judo y que llegó a acabar Telecomunicaciones con unos guantes de cuero que le permitían accionar las teclas del ordenador. Recuerdo su desaliento al hablar del suicidio ante las cámaras del gallego Ramón Sampedro: «Es tremendo estar toda una vida reivindicando tu derecho a ser impulsado por la sociedad, a que el Estado gaste enormes cantidades en financiarte y, de repente, por culpa de un suceso mediático, volver a escuchar por las calles: Pobre, más le valiera hacer como Sampedro. Qué derrota». Eso creo yo, que quitarse de en medio a los que los nazis llamaban «tarados» es una derrota social.
No hay nada más alejado de la realidad que el mito del superhombre física y mentalmente perfecto. Todos tenemos graves limitaciones, mentales, morales, físicas y la vida se nos da para aprender a convivir con ellas y crecer ayudándonos unos a otros. Las familias que cuidan a sus ancianos, arropan a sus enfermos acompañan las dificultades de todos sus miembros son la parte más bonita de la sociedad. Tengo la suerte de contar entre mis amigos con varios matrimonios que, después de tener varios hijos, han acogido o adoptado niños enfermos. Recuerdo la anécdota protagonizada por dos hermanas que conversaban sobre el aborto con sus compañeras de cole. «Bueno –dijo una amiga–, el aborto no es bueno, pero si el niño viene enfermo...» «Mi hermano está enfermo y es muy rico», argumentó una de las crías. Otra amiguita dijo: «Yo sólo admitiría el aborto en caso de violación». «Pues mi hermano Miguel», replicó la segunda hermana, «es hijo de una mamá violada que no quiso quedarse con él y a nosotras nos encanta». No hubo nada que añadir en aquella charla.
Las teorías son enemigas de la realidad. Una sociedad que idealiza la perfección es más despiadada que la que comprende y acoge la limitación. ¿Acaso no es la palabra «normal» una anormalidad en sí misma?
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