Elecciones en Estados Unidos

Usted puede ser presidente

La Razón
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Agosto se enrosca entre vapores y en Nueva York hay días que cuesta respirar. Al bamboleo de la humedad y la temperatura se suman las declaraciones de un Donald Trump desatado. Hace unos días rechazaba apoyar en sus respectivas primarias a dos pesos pesados del partido, Paul Ryan y John McCain (después rectificó a empellones). Acto seguido organizó un aquelarre contra sí mismo a cuenta de un soldado estadounidense, y musulmán, caído en combate. El martes afirmó que si Hillary Clinton gana las elecciones romperá el empate a 4 en el Tribunal Supremo, pendiente del nombramiento del noveno juez, con lo que cercenará el derecho a portar armas. Muy cierto. El problema llegó luego. «Chicos, si consigue elegir a sus jueces», dijo en un mitin, «no podréis hacer nada. Aunque la gente de la Segunda Enmienda quizá esté ahí, no sé». Inmediatamente le cayó la del pulpo. Casi todo el mundo interpreta que ha sugerido desenfundar los Colt. No está claro que para proteger la enmienda constitucional que garantiza el acceso a las armas los candidatos a la Casa Blanca puedan hacer apología del O.K. Corral. Ante la evidencia del enésimo incendio Trump asaltó twitter, su ecosistema favorito, para afirmar que «Los medios tratan desesperadamente de distraernos de la postura anti 2ª-E. de Clinton. Lo que dije es que los partidarios de la 2ª-E. deben organizarse y votar para salvar nuestra Constitución». ¿Lo que dijo? Es posible. Pero cuesta desligar de sus discursos la chicha de la bosta, el eslogan de la reflexión. Ayuda poco que hace meses diera pábulo a los rumores de que el padre de Ted Cruz pudo tener relación con el asesinato de Kennedy. O el paternalismo que despliega cuando sus seguidores amenazan con hostiar a quienes tratan de boicotear sus actos. Etc. Juega con fuego y empapa de gasolina cada discurso. Ha insultado al presidente, a todos sus rivales en las primarias, a la cúpula del partido republicano, a los mejicanos, a los musulmanes y a los periodistas. Alguien que retuerce la verdad con semejante alegría y riega su pensamiento con todos los bulos, maledicencias, tópicos y vaguedades que circulan por internet no es consecuencia sino síntoma de la decadencia. Podredumbre de un tiempo en el que el antiintelectualismo aupó la sacralización de las opiniones, por disparatadas que sean, y el sentimiento, por pegajoso que resulte, frente a la aburrida dictadura del hecho contrastable. A mí tampoco me gusta Hillary Clinton, pero se trata de elegir entre una candidata discutible y un ceporro airado y peligroso. Cuando aquel visionario dicen que dijo lo de «No sabes, Sonsoles, la cantidad de miles de españoles que podrían gobernar», se adelantó a su época. Trump es uno de esos cientos de miles que, sin ser españoles, cumplen todos los requisitos del perfecto analfabeto con aspiraciones más grandes que la vida. Incluido gobernar el país más rico y poderoso de la Tierra armado de tuits y corazonadas y libre de haber cumplido antes con el siempre engorroso trámite de escolarizarse. Ese rollo.