Julián Redondo
Varas de medir
En el fútbol, donde todo se sabe, que para eso existen los representantes, la realidad muchas veces supera a la ficción. Quién podría pensar que la renovación de Andrés Iniesta con el Barcelona se encuentra en punto muerto. No avanza. Hay un problema económico. Son números, y 18 años en el club imponen menos que los 29 del DNI. Ni siquiera los títulos conseguidos, la gloria que por las botas y la cabeza de Andrés ha entrado a raudales en las vitrinas de Can Barça sirven de acicate para formalizar un acuerdo.
No hay constancia de que Iniesta o su mánager, con el contrato en vigor, hayan acudido al final de cada temporada a pedir un aumento. Ni cuando metió el gol que proclamó a España campeona del mundo. Sin embargo, sus deseos se miden con distinta vara que los del padre de Neymar, un lince que al fraguar el traspaso de su hijo al Barcelona se aseguró 40 millones de euros como prima de fichaje. Para Sandro Rosell, el anhelo de uno de Fuentealbilla es vil metal y el de uno de Sao Paulo, don dinero; teoría de la disquisición que en el entorno azulgrana ha calado. En ese sector no se ve con malos ojos, sino todo lo contrario, deshacerse del «crack», atado al Camp Nou hasta 2015.
Pero todo se puede romper y no por 200 millones, que es la cláusula de rescisión. Es de suponer que en la tensión de la cuerda el presidente blaugrana no regale al manchego Iniesta, como hizo con el asturiano David Villa. Mientras, en el Real Madrid, Benzema se ha propuesto que el Santiago Bernabéu cambie con él la vara de medir.
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