Julián Cabrera
Vaticanólogos
No seré yo quien cometa la osadía de pontificar sobre algo tan complejo y poliédrico como son las claves en la elección de nuevo Papa. No esperen de mí un sesudo elenco de curiosidades históricas ni interpretaciones de códigos da vincis, sencillamente porque ya hay una manifiesta inflación de banalidad, salvados quienes, como este periódico; tienen el privilegio de trasladar la edición de «L´Osservatore Romano» a sus lectores aquí en España, entre otros honrosos ejemplos.
Desde mucho antes de convocarse el cónclave, prácticamente cuando asomaba la noticia de la inesperada renuncia de Benedicto XVI, ya habían saltado a la palestra los «intérpretes» de los designios vaticanos a propósito del perfil que tendría el nuevo sucesor de San Pedro: si sería un norteamericano, si volvería a ser un cardenal italiano, si los derroteros apuntarían a cardenales de otras latitudes como Extremo Oriente, África o Centroamérica o si se tendería a un papado más o menos liberal, conservador, continuista o renovador.
Es natural la tendencia de algunos que sólo han pisado la plaza de San Pedro para hacerse fotos y admirar la Capilla Sixtina por establecer comparaciones entre los cónclaves vaticanos y los mal llamados cónclaves políticos; casi les falta aplicar la famosa apreciación de «los congresos del tal o cual partido se sabe cómo empiezan pero nunca se sabe cómo acaban»... y tras decirlo se quedan en su divina paz.
Pero lo más paradójico es escuchar a beligerantes ateos o despistados agnósticos fiscalizando sobre la conveniencia o inconveniencia de que Juan Pablo II fuera beatificado o Escrivá de Balaguer, Ángela de la Cruz y muchos otros, canonizados. Habría que preguntarles si la condición de no católicos contempla algún escondido aspecto que sugiere preferencias sobre un perfil de santos en detrimento de otros. Un puente de turismo en Roma da para mucho, incluida la proliferación de vaticanólogos.
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