César Vidal
¡Váyase, señor Montoro!
Señor Montoro, lo conocí hace más de una década en una ciudad de Estados Unidos adonde, según usted me dijo, había acudido a hacer negocios. Desde entonces seguí su carrera con enorme interés. Al principio, fue con esperanza y desde hace más de un lustro con creciente inquietud. Debo decirle con sinceridad que creo que debería haber dimitido usted hace muchísimo tiempo. Debió haber dimitido cuando se atrevió a convertir una falta administrativa en imprescriptible como si se tratara de un delito contra la Humanidad o cuando Bruselas creó la AIREF porque no se fiaba de las cuentas que usted presentaba o cuando la AIREF tuvo que recurrir a la justicia porque no le entregaba usted documentación obligada o cuando las causas perdidas en los tribunales por la Agencia tributaria superaron el 51 por ciento o cuando, año tras año, fue usted incapaz de embridar el déficit o cuando consiguió que España acumulara una deuda que no tenía desde la época de Felipe II o cuando los tribunales europeos, vez tras vez, lo han vapuleado por hacer lo que no debía o cuando pisoteó la ley de protección de datos con una norma ad hoc para exponer los nombres de entidades y personas que o están en quiebra o aún pleitean con Hacienda, pero a las que usted decidió infamar con fines intimidatorios o cuando se filtraron datos fiscales de José María Aznar o Esperanza Aguirre. Todas y cada una de esas veces debió dimitir y ahora no queda otra salida tras la sentencia unánime del Tribunal Constitucional sobre la amnistía fiscal que perpetró usted hace años. Al final, ha quedado de manifiesto, sin asomo de duda, que cuando usted benefició a veinte mil personas –que, en más de un caso, tendrían que haber ido a prisión– permitiendo que se libraran abonando en torno a un tres por ciento no sólo deyectaba un repugnante excremento jurídico, sino que además lo arrojaba sobre principios esenciales del texto constitucional. Se trataba sólo de otra de sus normas a medida para ayudar a los más fuertes a costa de los indefensos, para favorecer a los privilegiados sobre los ciudadanos de a pie; para descargar sobre los de abajo el fardo insoportable de aquellos que, siendo cuasi-omnipotentes, se benefician de la cálida cercanía del poder. Por su partido, por el Gobierno, por España, ¡váyase, señor Montoro!
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