Ángela Vallvey

¿Verdad?

La Razón
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La mentira política es la única que jamás ha precisado tener buena memoria. Los políticos que mienten declaran nobles principios que se apresuran a desmentir con sus actos inicuos. En general, la jugada sale bien. Se sirven de la retórica para disfrazar sus «verdaderas» intenciones. De hecho, la única verdad del mentiroso político se encuentra ahí: en su propósito final, oculto para quienes confían ingenuamente en él. Muchos de esos políticos ni siquiera son capaces de seguir el consejo de Gracián y abstenerse de mentir pero haciéndolo «sin decir toda la verdad». Porque una cosa es mentir y otra muy distinta, decir la verdad. Y al igual que ha habido históricamente mentira política, también ha existido la desatención a la verdad. A esos políticos que olviden contar la verdad nadie podrá acusarles realmente de mentirosos, pero incurrirán en la comisión de falsedades por omisión de la verdad.

El «problema de la verdad» no es un asunto nuevo sino, obviamente, más viejo que el Sol. Lo curioso es que en esta época, en la que constantemente se reclaman nuevos derechos, a nadie se le ocurra exigir el derecho a la verdad. Tradicionalmente tampoco ha sido ésta, dicho sea, una demanda que calara en las masas. Siempre es posible congregar manifestaciones multitudinarias reivindicando todo tipo de bienes tangibles (vivienda, trabajo...) o intangibles (libertad, seguridad, creencias políticas o religiosas...), pero resulta rara la reclamación de la verdad. Aunque en ocasiones se haya podido pedir «el derecho a saber» sobre algún asunto más o menos controvertido, la pretensión de la verdad como derecho fundamental de orden político no se suele explicitar legalmente en las cartas magnas de los estados.

Y aunque acostumbramos a confundir legislación con Derecho, quizás deberíamos plantear el asunto de la verdad política en términos transparentes, reales, verdaderos: o sea, jurídicos. Porque la verdad no es sólo transparencia en las cuentas, sino intencionalidad y garantías de alguna certeza para la sociedad civil. Sin embargo, lejos de avanzar por ese camino, los ciudadanos desean conquistar el derecho a la mentira –véase el concepto de «posverdad»–, olvidándose cada vez más de su derecho a la verdad. Así concluye, pues, la era de la «preverdad»: sabiendo que, en todo caso, el imperio de la verdad nunca ha existido, ni existirá. Sí hubo un «Siglo de las Luces». A éste, tal y como va, le pueden acabar llamando el «Siglo de las Sombras».