Fernando Vilches

Vergüenza

Aunque el DRAE dice, entre otras ocho acepciones, que es la «turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena», este vocablo se ilustra mejor con un par de ejemplos. Una mujer le dice a otra: «Como me considero una buena amiga tuya, tengo que decirte que tu marido te la pega con tu mejor amiga». Contesta ésta: «¡Oh, no, qué vergüenza, con lo mal que lo hace!». Una persona pasa junto al Congreso de los Diputados y escucha: «¡Sinvergüenza! ¡Corrupto! ¡Golfo! ¡Sobrecogedor! ¡EREmita!». Y pregunta a un ujier: «¿Se están insultando?». «No, están pasando lista». El primero es un viejo y esclarecedor chiste antimachistas, y el segundo, un dizque de muy reciente factura. Así las cosas, es lo que nos está provocando la casta política con sus actuaciones. La gente de a pie nos preguntamos que, si para un juicio por asesinato se tardan años, por qué ha habido tres excarcelaciones tan rápidas tras la barbaridad del mal llamado Tribunal de Derechos Humanos. Si el Gobierno habla de que está del lado de las víctimas, por qué no acudió a la manifestación del pasado domingo ninguno de sus ministros. Si el PSOE se lamenta de las consecuencias de esta sentencia, por qué no entona un mea culpa reconociendo que fueron Zapatero, Rubalcaba y sus adláteres quienes la han propiciado con sus negociaciones secretas y el nombramiento de tan singular juez en el susodicho Tribunal y por qué no acudió ningún dirigente a acompañar a los damnificados. Si la Iglesia condena el aborto, porque es un asesinato vil, por qué no ha excomulgado a los terroristas asesinos y por qué no hubo nadie de la Conferencia Episcopal en la manifestación. Y si todos condenamos la corrupción, sea del signo que sea, por qué los sindicatos siguen mirando para otro lado con lo que está pasando en Andalucía y no son tan exigentes con la petición de dimisiones. El patio político está muy revuelto. El anfiteatro ciudadano está hasta la coronilla de tanta desvergüenza. La vergüenza que hoy debía contener cualquier diccionario debería ser la que nos produce nuestra casta política y sindical: la vergüenza ajena.