Alfonso Ussía

Viles y envidiosos

La Razón
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Cuando su padre, Francisco Rivera «Paquirri», sufrió la cornada en Pozoblanco y falleció en la ambulancia con Córdoba a la vista, no existían las redes sociales, tan habitadas por cobardes que se escudan en el anonimato para insultar, vejar, amenazar y celebrar desgracias humanas. Pero una actriz española, cuyo rostro reflejaba la dureza de la envidia no dominada, declaró que «se sentía feliz por la muerte de ese torero». La actriz, militante del Partido Comunista, se llamaba Lola Gaos, y era hermana de Vicente Gaos, un excelente poeta que no compartía sus fangos anímicos. La muerte de un torero en la plaza es la síntesis de la verdad de la tauromaquia, y toda la solemnidad callada de aquella tristeza se distorsionó con la extravagancia folclórica de quien era entonces su mujer y madre de su tercer hijo. Los dos hijos de «Paquirri» y Carmen Ordóñez, los nietos del mejor torero que ha parido madre, heredaron los genes y mantuvieron la dinastía.

Conocí a Francisco Rivera Ordóñez, «Picu», en San Cayetano, la casa del «Niño de la Palma» que heredó su hijo Antonio. La última Goyesca de Ronda que organizó el maestro. Torearon José María Manzanares, Francisco Rivera Ordóñez y José Tomás, que estuvo soberbio y artista. En el Palco Real de la Maestranza rondeña, Doña María de las Mercedes, y Antonio Ordóñez, calvo por la quimioterapia que no pudo detener su cáncer, en el callejón, donde nos invitó a un grupo de amigos a compartir la gran tarde de Ronda. El doctor Javier Hornedo, Federico Lipperheide, esposo de María Dolores Aguirre, y el que escribe.

En la noche, cena en San Cayetano, con Orson Welles enterrado entre los inmensos tilos. Francisco ya estaba casado con Eugenia Martínez de Irujo, y se le hacía extraño ser torero y simultáneamente, el duque de Montoro. Le animé a que se anunciara así en los carteles, pero «Picu» era tímido y medido. Mi amistad con Antonio Ordóñez me llegó desde la niñez en San Sebastián. Jugué en la playa con sus hijas Carmen y Belén, sin saber que una de ellas sería la más guapa de España, y Belén la más parecida a su padre. «Belén, Carmen ha salido con la guapura de los Dominguín, y tú con la hondura de los Ordóñez».

Y al cabo de los años, y lo escribo con orgullo, puedo presumir de haber sido amigo de tres generaciones Ordóñez, la del torero insuperable, la de sus hijas y la de sus nietos toreros Francisco y Cayetano, el primero más cercano al estilo alegre y valiente de su padre, y el segundo, en algunas ocasiones, traedor del recuerdo y el empaque de su abuelo. Pero dos toreros como la copa de un pino, porque también los son fuera de la plaza, y a mucha honra.

Francisco y Cayetano, con más años de alternativa el primero que el segundo, tienen una cualidad que en España no se perdona. El éxito personal. De ellos se han enamorado perdidamente mujeres guapísimas, de esas que los envidiosos acostumbrados a poseer la vulgaridad llaman «mujeres de almanaque». Y esa envidia también hirió a Francisco cuando le fue concedida la Medalla de Oro de las Bellas Artes. Ahí, en ese tramo de su vida, sufrió un desdén más doloroso que la peor cornada. Un gran torero, amigo y admirador de su abuelo, Paco Camino, se dejó influir por otro torero, muy rarito él, y criticaron la concesión de la Medalla de Oro de Bellas Artes devolviendo las suyas, que el primero tenía con todo merecimiento y el segundo por generosidad forofa.

Francisco pudo elegir una vida fácil y relajada. Tiene todo lo que se precisa para explotar el mundo del corazón, que tantos beneficios ha reportado a tantas jarras y jarrones chinos de nuestra sociedad. Pero eligió ser torero. Y en Huesca, días atrás, ha estado a un minuto de la muerte y demostrado similar entereza y coraje ante ella como hiciera su padre en Pozoblanco.

Pero los viles, cobardes y envidiosos que se escudan en el anonimato de las redes sociales, han celebrado la terrible herida de Francisco. Y le han deseado la muerte. Y ahora lamentan su mejoría. Cuando un ser humano u homínido, entre el hombre y el toro prefiere al toro pasa a pertenecer inmediatamente al mundo de los bóvidos, sin la belleza natural de éstos. El toro bravo es noble. El bóvido de las redes sociales es cobarde, vil y taimado.

Ánimo, «Picu». Las dinastías tienen eso. Que obligan mucho, y en ocasiones, derramando la sangre recibida. Un abrazo, torero.