Reyes Monforte

Violencia invisible II

La Razón
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Llevaban compartiendo piso y vida más de 10 años. Todos los vecinos conocían a la pareja y sabían que algo malo pasaba. Veían a la mujer en la escalera, en el portal, en la calle, con evidentes signos de violencia en su cuerpo. Quien supuestamente le ponía la mano encima ni siquiera se molestaba en disimular el maltrato al que sometía a la mujer con quien compartía su vida. La víctima no quería hablar de ello, esquivaba la mirada e incluso la conversación y los consejos de quienes intentaron ayudarla. Los vecinos escuchaban los voces provenientes del domicilio de la pareja. Gritos de amenaza, de dolor, unas veces pidiendo clemencia, otras ayuda y siempre con bramidos en forma de aviso: «Te voy a matar». En varias ocasiones, los vecinos de la pareja llamaron a la policía e incluso se animaron a denunciar ante las autoridades competentes. Pero no sirvió de nada. La mujer, de 57 años, murió asesinada por su pareja el pasado sábado en su domicilio del barrio de Raval, en Barcelona. Según fuentes policiales, la víctima recibió varias puñaladas que, como suelen decir los servicios médicos de urgencia, eran incompatibles con la vida. Quien acabó con su vida salió a la escalera a pedir ayuda, gritando que había matado a su compañera. Era la crónica de una muerte anunciada. Se veía venir. No le ha extrañado a nadie. Lo que sí puede que extrañe a algunos es saber que quien asesinó a esta mujer fue su compañera sentimental, otra mujer de 53 años. Se extrañan tanto que dudan cómo denominar este asesinato. ¿Violencia machista? No pueden. ¿Violencia de género? No están seguros de poder llamarlo así. ¿Violencia doméstica? Muchos despreciaron esa denominación porque en el ámbito familiar, aseguraron, siempre era el hombre quien maltrata y mata a la mujer. Algunos hablan de violencia intragénero. Llámenlo como quieran, no creo que a la víctima le importe mucho. La violencia de una persona contra otra es igual de condenable cuando quien la ejerce o la sufre es una mujer o un hombre. La ley debería ser igual para todos. Obviar esa realidad por motivos de género es una discriminación flagrante.