Paloma Pedrero

Violentadas

Dice la OMS en un reciente estudio que el treinta y cinco por ciento de las mujeres del mundo sufre violencia machista. Y sólo habla de las que lo han denunciado en algún momento. Habla de las que han sido golpeadas, violadas, matadas o desgarradas psíquicamente. Habla de un porcentaje irreal. Son muchas más. Es tan escalofriante, tan bestial y doloroso, que en el siglo veintiuno el mundo sea así, que me cuesta escribir sobre ello. Yo que soy una persona optimista y esperanzada me hago pequeña ante estas cifras. Me quedo sin aliento. Porque además sé, estoy convencida, que somos el cien por cien las mujeres que sufrimos esta violencia insensata. Incluso mujeres como yo, con la suerte de haber tomado conciencia muy pronto, con la posibilidad temprana de ser mental y económicamente independientes, sufrimos en lo cotidiano la violencia de género. Todo está pensado y construido a imagen y semejanza de lo masculino: los espacios físicos, la economía, las artes, las ciencias... Los criterios sobre el bien y el mal, hasta la fuerza que hay que utilizar para abrir una puerta está medida desde su musculatura. Vivimos en un universo en el que nuestra manera de mirar, de ver, de sentir, de querer o de discernir no es respetada por la inmensa mayoría. Es como si al mundo le faltara un sentido, una parte del ser. Nosotras podemos entrar y entender lo de ellos. Ellos, la mayoría de ellos, ni lo intentan. Yo, mujer fuerte, independiente, con ciertos recursos para defenderme del mal, me siento, a menudo, violentada en mi relación con ciertos varones. Con sus criterios, con sus formas, con sus imposiciones y su mirada. Yo sufro también esa violencia.