Alfonso Ussía

Visita a la decencia

Millones de españoles, críticos por herencia estúpida de nuestras Fuerzas Armadas, ignoran que mientras duermen, mientras ellos hacen uso de su libertad, mientras trabajan, mientras comen y mientras aman, hay miles de compatriotas uniformados que velan por ellos. Los que velan por ellos no tienen asegurado el sueño y el descanso, ni su libertad, a la que han renunciado voluntariamente, ni su posibilidad de estar con sus amores, sus familiares y sus hijos. Están, por todos nosotros, a centenares de kilómetros, velando por la seguridad de nuestra convivencia y cultura. Están, por todos nosotros, a diez mil metros de altura, vigilando día y noche nuestros cielos. Están por todos nosotros, navegando en los buques de la Armada, custodiando nuestras costas y cumpliendo con sus deberes lejanos. No visten el uniforme del poder omnímodo, como los militares chinos, norcoreanos, cubanos o venezolanos. No visten el uniforme de las naciones aliadas con el terror, como Irán, Irak, Siria, Yemen o determinados Estados del Golfo. Visten el uniforme de la libertad, de la democracia y la decencia.

Buena visita la que ha rendido la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, acompañada del ministro de Defensa, Pedro Morenés, a nuestros militares que cumplen misión en Afganistán. Misión de riesgo, de vocación y de servicio. Una visita oficial a la decencia. Militares y guardias civiles desplazados a las tierras más ásperas y enconadas del mundo con el único objetivo de mantener la paz, allí donde la paz es una ilusión de imposible alcance. Ellos, en Herat, casi lo han conseguido, pero en cualquier momento, esa situaciòn de convivencia aparente puede convertirse en un infierno. Y ahí están nuestros soldados, alejados de sus familias, orgullosos del cumplimiento de sus deberes, felices por representar a España en el difícil escenario de la permanente inquina. Soldados que no preguntan por sus ingresos, que no engañan a nadie, que viven con la honestidad por mochila, que no descansan, que van a pasar la Navidad en el compañerismo de su segunda familia, que es la milicia, naturalmente. Soldados, que por jugarse la sangre y la vida por todos nosotros, por nuestra cultura, por nuestra libertad, perciben menor contraprestación económica que Íñigo Errejón por defraudar con su beca nepotista. Mucho menos de lo que ingresa de una nación enemiga de Occidente y de la libertad, el camarada de las coletas. Muchísimo menos de que lo que llega desde la tiranía venezolana a las arcas de quienes dicen representar al pueblo. Al pueblo lo representan esos soldados que están en Afganistán, y los que hacen guardia en nuestros regimientos, o vigilan la inmunidad de nuestros cielos o nuestras costas. Ellos son pueblo, honor y ejemplo permanente.

En la lejanía, muchas veces se sienten solos e incomprendidos. No entienden que su sacrificio y la búsqueda constante del deber sean recompensados en España con el más vil de los desprecios. Ellos han jurado, generales, jefes, oficiales, suboficiales y miembros de la tropa, lealtad a España y a su Constitución. Ellos no piden aplausos, ni elogios, ni gratitudes. Han elegido voluntariamente el ejercicio del servicio a los demás. Ellos no actuán con heroicidad en pos de medallas ni distinciones. Ellos están allí porque así lo han elegido. Pero no merecen el silencio, el desafecto y la ingratitud de los que viven libres gracias a su esfuerzo y responden a sus desvelos con la distancia y la miseria.

Enhorabuena a la vicepresidenta por rendir visita a casi quinientos españoles que mantienen en alto, en estos tiempos, la Bandera de España y el símbolo de la honestidad y la decencia. Buena visita.