Manuel Coma
Vuelta a la casilla de partida
Casi coincidiendo con el tercer aniversario de la eclosión primaveral egipcia en la plaza Tahrir el 25 de enero de 2011, esta pasada semana el país ha refrendado por tercera vez en otros tantos años una nueva Constitución. Un plazo se ha cumplido: el voto se produce menos de siete meses después del derribo, a comienzos de julio, de Mursi y su Gobierno de la muy islámica Hermandad Musulmana. El ritual continuará con terceras ediciones de comicios presidenciales y parlamentarios. Todo ello no significa más democracia, si alguna vez la ha habido, sino algo muy parecido a la vuelta a la casilla de partida: el régimen militar de Mubarak. Depende de que Al Sisi y sus generales, que seguro que no han olvidado nada, hayan aprendido algo en estos años, como que, por ejemplo, su sistema tampoco proporciona soluciones a un país en el que el proceso de deterioro en todos los aspectos no ha hecho más que experimentar un acelerón en el curso del trienio de contradictorios tirones revolucionarios. De lo que no queda nada es de exaltadas ilusiones de modernización democrática o de islamismo regenerador. Los protagonistas de lo primero fueron siempre pocos, pecaron de tremendamente ingenuos y tuvieron que elegir aliados entre sus enemigos, primero los ultras religiosos contra los militares y luego al revés, para terminar solos y de nuevo perseguidos por los uniformados que nunca han dejado de mandar. Los entusiastas del Corán y la sharia, siguen y seguirán siendo una fuerza y está por ver por dónde revientan, pero queda claro que no pasan de minoría y tienen decididamente en su contra a la mayor parte de la gente común egipcia, que sin dejar de ser musulmanes piadosos, lo que no es ninguna garantía de especial tolerancia, sin embargo abominan de lo que políticamente representan los radicales, ahora ferozmente perseguidos y confinados a la clandestinidad. Después de las espeluznantes historias de los primeros episodios de dura represión tras el golpe popular-militar de julio y de las tensiones creadas con Washington, Egipto, para fortuna de sus renovados amos, desapareció de la escena internacional, eclipsada por la elección de Rohaní en Irán, el uso de armas químicas en Siria y la subsiguiente crisis y el comienzo de las negociaciones nucleares con el régimen de Teherán. El reciente referéndum no ha pasado de un pequeño recordatorio. Es oportuno, porque Egipto, aunque no es lo que históricamente ha sido, a pesar de su tremendo crecimiento demográfico a lo largo del último siglo, continúa de todas formas siendo el país más importante del mundo árabo-islámico, al menos mientras los opulentos saudíes y sus leales amigos del Golfo le sigan apuntalando. Ahora hay menos espectacularidad en Egipto, pero lo que allí suceda o no suceda tendrá fuertes repercusiones en la región. Lo sucedido son unas votaciones nada libres pero lo suficientemente indicativas de que una mayoría desencantada de todos los hechizos que le han propuesto, se conforma de momento con los militares como la menos mala de las opciones.
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