Restringido

Ya gobierna

La Razón
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Había que contemplar la luz cantando en sus pupilas. Reflejo de un orgullo como esculpido en oro. La vanagloria de quien, acostumbrado a supurar fracasos, encesta un triple. Está la aprobación de la reforma fiscal en el Senado, que premia a las rentas más altas y perpetua algunos de los mitos irrenunciables del creacionismo económico. Dos días más tarde el Supremo, a la tercera, permite el veto contra los inmigrantes musulmanes. Una prohibición que bordea la discriminación religiosa mientras exonera a los ciudadanos de Arabia Saudí. Un país delicioso. Que financia una potente red de colegios a nivel mundial donde licenciarse en wahabismo y, de paso, exporta killers a suelo estadounidense. ¿Recuerdan el 11-S? Bah, ahí tienen, resumida, la semana admirable de un Donald Trump cercado por las llamaradas que acosan a su ex consejero de Seguridad Nacional, el general retirado Michael Flynn. Unos éxitos más decisivos de lo que parece. Porque, verán, casi un año después de jurar el cargo el presidente no había logrado prácticamente nada. Ni levantar el muro, ni expulsar a los ilegales, ni taponar la hemorragia en Siria, ni desarmar a Corea del Norte, ni industrializar las viejas regiones del acero, ni alterar el acuerdo nuclear con Irán, ni reducir la deuda, ni mediar en Palestina, ni tumbar el Obamacare. Bueno, sí, iban y venían sus escuderos, entretenidos en suprimir de las webs gubernamentales cualquier mención al cambio climático. Pero vale. Más allá de la cruzada anticientífica, que sólo puede excitar a la parroquia cafre, los logros eran/son cercanos al cero absoluto. A partir de esta semana, en cambio, Trump puede presumir de algo más que de las tradicionales ventosidades con las que jalona su Twitter o del circo mediático que monta cada vez que hilvana dos ocurrencias. Acaba así, veremos si de forma anecdótica, la receta política ganadora en 2017. Tan similar a la implantación de ciertas repúblicas nacidas al amparo mítico de la imaginación xenófoba y sus carlistas espejismos. Trump gobernaba mediante spots. Sus políticas tenían la consistencia del humo. Apenas la acumulación seborreica de gestos y eslóganes. Anuncios en televisión. Firmas en papeles más que mojados. Oratoria imperial frente a auditorios cómplices. Palabras. Ruido estático para ocultar que la administración padece de una suerte de embotamiento general rayano en la parálisis. Ahora, en cambio, la catástrofe será otra, y no por conocida menos cruda. Que la bestia arranque a implementar ideas supone que el príncipe coronado de la antipolítica, harto de vociferar, de juntar los labios para poner morritos, aprende a funcionar en el mundo adulto. Supone que, votaciones y sentencias mediante, se legitima y crece. Ese momento terrible. Cuando las quimeras del loco adquieren una corporeidad real e intransigente, ruda y compacta. Iba siendo hora, aunque en nuestro utopismo soñábamos con que finalizara su mandato como el inmaculado gañán que trotó en vano por la Casa Blanca. Sin lograr un maldito consenso. Sin ganar una votación. Sin generar otra cosa excepto negra tinta de calamar. Ya no. Trump gobierna.