María José Navarro
Yo, Leonor
Ayer nos levantaron pronto porque mi padre tenía que ir a trabajar. En mi casa, queridos súbditos, a ir a ver pasar gente por delante se le llama trabajar y no se rían, que hay que tener mucho cuajo para estar una hora de pie sin pedir un taburete. Cuando yo sea la jefa pediré unas patatas con boquerones en vinagre, que a mí a mediodía me entra un hambre loca. El caso es que presidió mi padre el desfile y la verdad es que estaba para comérselo de guapo. El caqui con la banda de Miss Universo no es que favorezca precisamente, pero a él le queda casi todo bien con esa barba de colores y ese tipazo, así que mi hermana y servidora estuvimos aplaudiendo mucho en el sofá, sobre todo cuando aparecieron los regulares de Melilla, que iban muy morunos y muy salaos. La cabra de la Legión lo hizo también fenomenal y nos gustaron mucho dos guardias civiles muy pintones que iban de negro y con boina. Eché de menos, eso sí, que la retransmisión de la tele acabara con un gráfico de las operaciones del abuelo, y un «Viva Honduras» en condiciones, pero a la vida no se le puede pedir todo, qué les voy a contar que no sepan a estas alturas. La abuela se quedó en la casa preparando el aperitivo y estuvimos ayudando en la cocina. «Leo –me dijo la abuela–, pon primero las botellas del vino bueno y luego ya, cuando vayan piripis todos, sacamos las del picao». Total, que yo estuve escoltando al señor que cortaba jamón mientras mi hermana chupaba todas las croquetas. Me voy, que hay que acabarse las sobras.
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