Cataluña
Yo también firmo
Es la hora del coraje cívico. Las cosas han llegado demasiado lejos en Cataluña como para seguir callados. Esto no se arregla con componendas ni con mirar para otro lado. Mucho menos con falsos diálogos y con concesiones oportunistas forzando las piezas maestras de la Constitución vigente. Hay que parar ya este despropósito que conduce directamente al desastre; primero a los catalanes, embaucados con falsas razones y promesas inalcanzables, y después al resto de los españoles. Es preciso evitar el doloroso desmembramiento de España. Cualquier silencio en las presentes circunstancias podría interpretarse con razón como una cobarde complicidad. En mi larga vida profesional nunca he firmado un manifiesto. Siempre me ha parecido que mi voz y mi palabra disponían de otros cauces de expresión más adecuados. Pero esta vez he sentido dentro el impulso ético, que no había manera de embridar, al leer el «Manifiesto de los Cincuenta», encabezado por Mario Vargas Llosa, presentado el martes a las puertas del Parlamento en un acto cargado de simbolismo y espero que de futuro. Me siento plenamente identificado con su contenido y con el espíritu que lo anima. Se trata, en resumidas cuentas, de salir en defensa de la Constitución. Y con esto, pocas bromas. Está en juego la convivencia democrática de los españoles, en la que todos seamos libres e iguales. Se trata de hacer entrar en razón a los enfervorizados y engañados seguidores de un arrollador movimiento secesionista catalán, antidemocrático, con tintes xenófobos y ofensivo para el resto de los españoles. Las múltiples y variadas concesiones desde el poder central han llevado a esto. Es hora de escarmentar y de poner remedio con firmeza.
En estas mismas páginas escribí hace semanas un comentario titulado «Diguem no», evocando a Raimon, que coincidía con las líneas maestras de este manifiesto. Así que no me cuesta mucho reafirmarme en la necesidad de que Rajoy le diga a Mas a la cara que lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible, como decía el torero. No puede haber referéndum secesionista, por más que cambien la pregunta y la fecha del mismo, ni puede cambiarse la Constitución «para ofrecer nuevos privilegios al nacionalismo a costa de la soberanía de los españoles», que parece que es lo que se pretende con las actuales maniobras más o menos ocultas, bajo la agujereada capa del federalismo. ¡Digamos no de una vez! No es el no de la intransigencia, sino el no de la sensatez, lo único que cabe hoy en un diálogo inteligente. Se trata de tender la mano con firmeza para evitar la caída por el precipicio. ¿Quién puede negar el valor político del diálogo? Pero el diálogo no es el pasteleo, el tactismo ni la resignación. Hay quien confunde en esto el culo con las témporas. Presentan el caso como un enfrentamiento entre el nacionalismo catalán y el nacionalismo español. Ésta es una clara manera de falsificar la realidad. Confunden patriotismo, que es una virtud cívica, con nacionalismo, que es un vicio bastante pernicioso. Ser patriota español no es ser nacionalista, ni ser patriota catalán equivale a ser nacionalista. Hay muchos catalanes que no son nacionalistas y se ven arrastrados desde el poder nacionalista en este momento. El patriota ama a su tierra, el nacionalista odia la tierra del vecino; el patriotismo une, el nacionalismo disgrega. Por los frutos los conoceréis. Como dice Jorge M. Reverte, uno de los firmantes del manifiesto, «no se trata de un texto españolista, sino a favor de la Constitución». Pues eso. Ahí va mi firma.
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