Escrito en la pared
El declive de la globalización
La política industrial se evidencia ahora, con la ruptura de la globalización, como una necesidad ineludible –como muestra el ejemplo de EEUU–. Pero los planes de Sánchez no van por ahí
Una de las consecuencias de la crisis financiera que se desencadenó en 2008 tras la quiebra de Lehman Brothers ha sido el estancamiento relativo de los intercambios comerciales internacionales, de tal forma que éstos dejaron de crecer a un mayor ritmo que el PIB mundial, para estabilizarse en torno a una cifra próxima al treinta por ciento. Ciertamente, esta dinámica no ha sido homogénea para todos los países, pues mientras el comercio intra-europeo continuó aumentando con parsimonia, China retrocedió en su proyección exterior, lo mismo que Estados Unidos, aunque éstos con menos intensidad que aquella. La desconexión entre estas dos últimas potencias, fruto de la guerra comercial que impulsó el presidente Trump, explica al menos parcialmente esta situación. Al respecto, hay que destacar que para los norteamericanos esa desvinculación ha sido exitosa, pues la reducción de los intercambios con China se ha compensado con un aumento de los correspondientes a otros países –México, Canadá, Japón, Vietnam, Taiwan, India y la UE–. Ello, junto a una ralentización de las inversiones directas internacionales, ha tenido un efecto negativo sobre la globalización que anuncia, además, una fragmentación de la economía mundial. Y si se añaden los efectos políticos que se derivaron de la guerra ruso-ucraniana, expresivos de la ruptura del entramado jurídico sobre el que se sustentó el auge de la apertura exterior de las economías, todo apunta al retorno a un sistema multipolar con varios bloques de países y a un ascenso del proteccionismo.
España es un actor secundario en estos movimientos y sus exportaciones no se han recuperado lo suficiente tras la crisis epidémica, en contraste con lo observado en la UE. Como consecuencia, desde el año pasado asistimos a un proceso de retraimiento del sector industrial –el principal exportador– que pierde producción y empleo sin que, por el momento, el gobierno haya encontrado la vía para articular una política orientada a fortalecerlo. La política industrial se evidencia ahora, con la ruptura de la globalización, como una necesidad ineludible –como muestra el ejemplo de EEUU–. Pero los planes de Sánchez no van por ahí, pues su proyecto, concertado con Sumar, se orienta más bien hacia una estatalización de la economía. Es un error que costará caro.
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