Atentado en Londres

Basta ya de política de lamentos

La Razón
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Es un ejercicio absurdo intentar meternos en la cabeza de un terrorista dispuesto a matar personas indefensas; a niños y jóvenes en un concierto de música; a mujeres y hombres que acuden en metro, tren o autobús a sus trabajos; o a ciudadanos atropellados mientras pasean por las calles y disfrutan de ese impagable momento de libertad. Pero considerar que sólo desde la mentalidad enferma del terrorista es posible llevar a cabo esas atrocidades no debería impedir que sepamos las verdaderas razones por las que el yihadismo y su brazo más letal del Estado Islámico están atacando las capitales europeas. El último atentado de la noche del sábado en el centro de Londres con el método del atropello y el apuñalamiento vuelve a poner encima de la mesa la vulnerabilidad de las sociedades libres. Los terroristas lo saben y quieren evidenciar que poco se puede hacer cuando alguien están dispuestos a lanzar su coche contra la gente que pasea o cuando se inmola en la multitud de un concierto. Es cierto. Poco se puede hacer si no se impide que las células en las que brota el odio de la yihad puedan desarrollarse precisamente en sociedades donde se respeta y se defiende la libertad religiosa. Estos ataques no son anecdóticos por el sólo hecho de que el número de víctimas de los últimos tres ataques en Gran Bretaña no llegan al centenar de víctimas, una cifra asumible en cualquier otro conflicto bélico, sino porque si no se cometen otros con más coste humano es porque no pueden llevarse a cabo. Nuestra libertad no se puede sacrificar por la seguridad, pero nuestra libertad debe ser también defendida con más seguridad. Hay que saber cuánta de nuestra privacidad personal estamos dispuestos a perder en aras de una mayor control, por ejemplo, en los servidores informáticos, en la que circula una información que, según los expertos, es fundamental para detectar los pasos de los terroristas. Ayer, la primera ministra británica Theresa May habló de que existe «demasiada tolerancia» con el extremismo musulmán en el Reino Unido. Es decir, la guerra puede ganarse sobre el terreno en Irak y Siria y frenar los horrores del califato impuesto por el Daesh (ayer mismo se hizo público que al menos 170 civiles fueron asesinados cuando intentaban huir de Mosul por los yihadistas), pero el «ejército interior» sólo puede derrotarse, dijo la premier, si sabemos defender nuestros valores frente a los del islamismo radical. Pero añadió algo más: hay que negarles a los terroristas el «espacio de seguridad que necesitan para crecer», en referencia a Internet y a las redes sociales, que es donde desarrollan sus actividades de captación. Pero también habló del «mundo real», donde los yihadistas, como cualquier ciudadano, puede moverse libremente, por lo que es necesaria una colaboración más estrecha de los ciudadanos para identificar a los posibles terroristas. Es evidente que en la estrategia de Daesh está también la de interferir en el acontecimiento principal de una democracia: las elecciones. Es la segunda vez que en la actual campaña electoral se produce un atentado y que ésta debe ser suspendida. Sin duda, este hecho influirá en el voto, pero no será determinante, aunque los tres ataques recientes de Reino Unido pueda debilitar la posición de su gobierno en un momento en el que el Brexit ha forzado su ruptura política de la UE. El Estado Islámico busca un objetivo mayor: golpear a Europa, mostrar su debilidad, la ausencia de dirección común en la política migratoria.