Ciudadanos
Ciudadanos, ante un incierto futuro
No por obligada deja de ser meritoria la decisión de Albert Rivera de dimitir de la presidencia de su partido y retirarse, al menos por el momento, de la vida política. Entre otras cuestiones, porque esa asunción gallarda de la responsabilidad en el desplome de Ciudadanos y su alejamiento voluntario abre una oportunidad de refundación a la formación naranja, que deberá fundamentarse no sólo en un nuevo liderazgo sólido, sino en una mayor institucionalización de un partido que se había desviado hacia una concepción en exceso personalista, con las consecuencias de todos conocidas. No están los españoles acostumbrados a que una derrota en las urnas sin paliativos y sin excusas le siga la dimisión del principal responsable. Ni Pablo Casado, cuando llevó al PP a su peor resultado electoral, se planteó tal gesto ni de entre la dirección popular se le reclamó responsabilidad alguna. Tampoco el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, se consideró interpelado por sus malos resultados, como, igualmente, no parece que sea relevante que Pablo Iglesias, líder de Unidas Podemos, no deje de perder escaños desde su máximo de 2015, como que Íñigo Errejón ni siquiera haya conseguido formar grupo parlamentario tras dividir el voto de la izquierda populista.
Pero que honre a Rivera su decisión, no empece el hecho de que el líder de Ciudadanos, apoyado por un sector de incondicionales que, también, deberían reflexionar sobre sus actos, hubiera eliminado de la dirección partidaria a todos aquellos que disentían de su estrategia de rechazo frontal a explorar, siquiera, un acuerdo con el PSOE, que, a la postre, hubiera significado el desbloqueo de la gobernación de España. Podríamos reflexionar sobre los motivos, inexplicados, por cierto, que llevaron a Rivera a dar un giro de 180 grados en sus políticas de alianzas; de pasar de la voluntad de pacto con Pedro Sánchez en 2015, a negarse a compartir la misma mesa con el líder socialista menos de tres años después, cuando sus votos eran por fin decisivos. Pero sean cuáles sean sus motivos – entre los que no es posible descartar la convicción de que en unas nuevas elecciones podría superar al Partido Popular y convertirse en el referente de la oposición del centro derecha y alternativa de Gobierno–, lo cierto es que los españoles le han considerado como el principal culpable de la repetición electoral, en mayor medida que a Pedro Sánchez. Por supuesto, la retirada de Albert Rivera no conjura los riesgos de desaparición del panorama político que afronta Ciudadanos. Su futuro va a depender de cómo sus dirigentes sean capaces de afrontar la reorganización interna, con voluntad de unidad, pero, y es importante, desde la serenidad que exigen los momentos complicados a la hora de tomar decisiones. Un cambio dramático, sobreactuado, que, por ejemplo, llevará a replantearse sus actuales acuerdos de Gobierno en comunidades autónomas y ayuntamientos, donde sí ejercen de bisagra entre los dos partidos mayoritarios, podría abundar en esa percepción de veleta, de falta de estrategia a largo plazo, que tienen muchos electores y que, en buena parte, está detrás de su hundimiento en las urnas. Demasiado tacticismo nunca ha sido bueno en la pugna partidaria. Tal vez, el problema haya sido que Ciudadanos, que venía a renovar la política española y acabar con la hegemonía de los viejos partidos, ha envejecido, como Unidas Podemos, demasiado rápido y ha acabado repitiendo los mismos compartamientos que denostaban en otros. Tiene ahora la oportunidad de renovarse y repensarse, y de elegir un líder con carisma, sí, pero con las ideas claras que aseguren la pervivencia de una opción de centro izquierda liberal, comprometida con la defensa de la Constitución.
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