Argentina

El final del partido

Alfredo Di Stéfano ha muerto durante un Mundial de Fútbol, la gran ceremonia de este deporte universal que es capaz de paralizar la vida, posponer los conflictos más sangrientos y hermanar condiciones sociales, ideologías contrapuestas y hacer olvidar los grandes pleitos que mueven al mundo durante noventa minutos. Se le conocía como «La Saeta Rubia», cuando este deporte todavía estaba envuelto por una ingenuidad en la que no desentonaba que a los deportistas se les bautizase con nombres mitológicos, como si encarnasen el poder de los dioses y las frustraciones de los aficionados. Era la época en la que se iba al fútbol con sombrero. De que este deporte tenga un papel casi milagroso para aplacar males de fácil cura Di Stéfano tiene mucha responsabilidad. Y eso que, cuenta la leyenda –que en el fútbol es necesaria si queremos que siga siendo ante todo un juego–,cuando en 1953 lo fichó el Real Madrid, pidió un taxi hasta Chamartín, se quitó el traje y la corbata, se vistió de blanco y saltó al terreno de juego. Es leyenda, pero le pega tanto... Los que le han visto jugar dicen que no tenía nada que ver con el fútbol que se practicaba en España, que la fuerza, la furia, la abnegación, el pundonor... y esos valores que hacen de este deporte una ética y una estética, los suplía con inteligencia y un dominio total del juego y del campo. Su lema –su filosofía, pues darle con arte patadas a una pelota ha desarrollado un sistema de sugerentes ideas– era hacer fácil lo difícil. Se dice de él que modernizó el fútbol, en España y en Europa. Su llegada a nuestro país marcó un antes y un después. Su fichaje por el Real Madrid de la mano de Santiago Bernabéu procedente de Argentina fue providencial porque con él el club blanco emprendió su «europeización». Durante décadas la hegemonía del club fue absoluta en el continente, impulsada por un fútbol moderno, veloz y virtuoso que «La Saeta» representaba como nadie. Ha tenido que ser este año, cuando el Real Madrid conseguía su décima Copa de Europa, cuando Di Stéfano nos ha dejado. El «astro» argentino también desarrolló ese papel de ídolo de masas, pero con la discreción a que obligaban los tiempos y con algún escarceo publicitario, como aquel entrañable anuncio que decía «Si yo fuera mi mujer, luciría medias Berkshire» y que sólo le trajo problemas. Genio y figura. Desde hace años, ocupaba la Presidencia de Honor del Real Madrid, siempre adoptando un papel discreto, sin intentar imponer su magisterio, sabedor de que sólo los que se visten de corto saben lo que tienen que hacer en el campo, una filosofía que sirve también para estar en la vida. Nunca tuvo el aspecto de los atletas vitaminados contemporáneos y su imagen tenía más que ver con los antihéroes del cine negro, el hombre que descreía del poder y de la gloria. Descanse en paz.