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El programa del PSOE vuelve a las obsesiones de Pérez Rubalcaba
Habrá que esperar a que la comisión electoral del PSOE ponga en negro sobre blanco el programa con el que concurrirán a las próximas elecciones generales para conocer cómo su secretario general y candidato a la presidencia, Pedro Sánchez, propone abordar los grandes desafíos que tiene la sociedad española en el inmediato horizonte. Porque nada de lo que ayer expuso la secretaria de Estudios y Programas del partido, Meritxell Batet, se apartó de los conocidos brindis al sol progresistas, trufados, como siempre, de mensajes anticlericales. Nada, en definitiva, que no hubiera podido firmar el anterior candidato socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba. Sorprende que, a estas alturas del siglo, los ideólogos del PSOE mantengan como gran baza electoral la inquina hacia la Iglesia católica, pese a su escasa eficacia entre unos votantes que, en buena parte, no dejan de reconocer la valiosa labor social de las instituciones religiosas españolas y se sienten poco concernidos en los aspectos de las relaciones Iglesia-Estado.
Ayer, pues, quedaron en la indefinición la política fiscal, la reforma del modelo territorial y las fórmulas mágicas para conseguir el objetivo de una economía «al servicio del bienestar, digital, inclusiva y verde», como explicó con florido verbo Meritxell Batet, y que garanticen la creación de empleo y cumplan con los compromisos de estabilidad presupuestaria adquiridos en el seno de la Unión Europea. Un programa, en definitiva, que, como reclama la sociedad española, no sólo contenga grandes promesas, sino que éstas vengan acompañadas de la expresión de su coste y la manera de financiarlas en términos presupuestarios. Tal vez Pedro Sánchez crea que su elección al frente del PSOE ha operado a modo de Ave Fénix, generando por sí misma una imagen prístina entre los electores, pero no parece que haya sido así. Ni sus últimos resultados electorales ni las encuestas permiten suponer que los ciudadanos han olvidado la mala gestión de los últimos gobiernos socialistas, sorprendidos de pleno por la crisis y tuvieron que encajar la pérdida de 2.669.400 empleos, lo que elevó el índice de paro casi al mismo nivel que el que dejó Felipe González en 1996: el 22,9 por ciento. Así, a día de hoy, y pese a que Podemos, el partido «emergente» de Pablo Iglesias, pierde expectativas a marchas forzadas, Pedro Sánchez no ha conseguido superar el techo de voto de su inmediato antecesor, el ya citado Pérez Rubalcaba.
Y no será con «globos sonda» del tipo de los que se han lanzado al hilo de la presentación del borrador del programa –educación obligatoria hasta los 18 años, impuesto especial para sufragar la Seguridad Social y las pensiones, becas universitarias como derecho constitucional, salario social universal– como, a nuestro juicio, conseguirá el líder socialista recuperar la confianza de sus antiguos votantes, instalados, cuando menos, en el escepticismo frente a planteamientos irreales como la reforma constitucional en clave federal, que ni siquiera ha sido conceptualizada, o la reforma fiscal que promete mayores ingresos pero con impuestos más bajos e incremento del gasto social. Quizás, el hecho de que el nuevo fichaje de Pedro Sánchez, la ex diputada de UPyD Irene Lozano, no se diera de baja de su partido y entregara el acta hasta media hora antes de firmar el traspaso, indique cierta desconfianza en las promesas del secretario general socialista. A muchos votantes les ocurre lo mismo.
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