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El último delirio de Mas: pide negociar tras infringir la Ley
El nacionalismo ha desarrollado en su última fase de asalto a las instituciones democráticas un lenguaje plagado de trampantojos, donde nada es lo que se quiere decir. O donde se oculta con inocentes eufemismos una realidad abiertamente contraria a la Ley. Ya sabemos que el «derecho a decidir» es votar a favor de la independencia y que «dialogar» es acordar con el Estado la «desconexión» con el resto de España. Lo que Tarradellas llamaba llanamente «enredar». Efectivamente, el nacionalismo enreda, hace trampas, miente y, además, ha perdido todo su crédito. Pocos se creen a estas alturas sus estratagemas para prolongar un conflicto que ha descarrilado. El «proceso» navega sin rumbo. Artur Mas prepara su último movimiento una vez consumada la declaración de independencia el próximo lunes en el Parlament, con una carta que dirigirá el día siguiente –caliente todavía la felonía de no cumplir con el Estado de Derecho– a organismos internacionales y a las instituciones del Estado, el presidente del Gobierno, las Cortes y el Senado, pidiendo abrir negociaciones sobre la independencia de Cataluña. ¿Diálogo después de romper con la legalidad constitucional? Sólo se trataría de una maniobra más para dividir a las fuerzas constitucionalistas en un momento en que el «proceso» emprende un viaje cuyas consecuencias pueden ser nefastas para la sociedad catalana, pero el caso de Mas empieza a tener componentes psicológicos evidentes: su pérdida absoluta del sentido de la realidad, que es lo último que un político debe perder. No hay que olvidar que no sólo animó una declaración unilateral de independencia –lo que tan indoloramente se denomina una DUI–, sino que se ha hecho desde el más absoluto aislamiento, nacional e internacional, aunque suponga un grave perjuicio para los catalanes que son, visto lo visto, los que menos cuentan en esta historia. Sin embargo, esa misiva que podemos calificar de insultante (¿el que infringe la Ley pide negociar con quien la cumple?) es el síntoma del patético hundimiento de Mas. En primer lugar, ve alejarse su posibilidad de volver a ser presidente de la Generalitat y, por lo tanto, su caída será inevitable. Los anticapitalistas de la CUP le han negado el apoyo después de semanas de vergonzosos ruegos, degradando a la propia Generalitat y poniéndola al servicio de un partido antisistema. Por otra parte, el candidato que sustituya a Mas no mejorará su herencia; en todo caso, puede empeorarla, es decir, acelerar el proceso de ruptura sin complejos y ataduras. Ése es su legado político: dejar una Cataluña ingobernable. El último paso de Mas tiene que ver con su propia supervivencia después de haber llevado a la ruina electoral a su propio partido, al punto de que ni puede presentarse a las elecciones con sus propias siglas, de acabar con el catalanismo moderado y de dejar a la sociedad catalana partida en dos. Es tal el grado de demencia política, de bloqueo institucional y del uso político de los órganos de autogobierno que destacados miembros de su propio partido han propuesto, como si fuera un mal chiste, que Mas, «el astuto», vaya a Madrid como cabeza de lista de su formación en las elecciones generales. Esta llamada agónica al Estado y a la UE sólo demuestra la improvisación y el dislate de un líder separatista que ha conducido a Cataluña a un callejón sin salida. De nuevo, se impone la propaganda a la razón política.
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