Gobierno de España
El único proyecto político de Sánchez es acabar con Rajoy
Cualquier análisis desapasionado tendrá muchas dificultades a la hora de hallar una unidad de propósito en el Gobierno alternativo propuesto por el secretario general de los socialistas, Pedro Sánchez, que no sea el de arrebatar la victoria electoral al actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Estamos, pues, ante un proyecto frentista, sin argamasa política y «ad hominen», cuya posible ventaja para los intereses generales de los españoles se nos escapa. No se trata, por supuesto, de negar el derecho que le asiste a Pedro Sánchez a intentar sumar los apoyos parlamentarios necesarios para llegar a La Moncloa, pero sí de advertir del riesgo que correría la estabilidad de España ante un Ejecutivo hipotecado con según qué pactos. Porque las cuentas son las que son y, salvo un cambio radical en la posición de Ciudadanos, la alternativa del líder socialista exige un acuerdo de investidura que sumara, al menos, los escaños de la izquierda radical de Podemos, los del PNV, los de la antigua Convergència catalana y los dos canarios, así como la abstención de ERC y Bildu. Si bien todos ellos coinciden con Pedro Sánchez en su rechazo a Rajoy, es muy poco bagaje para plantear cualquier proyecto político en positivo. Lo sabe el PSOE y lo saben quienes ayer, como Pablo Iglesias, se apresuraron a dar la bienvenida a la oferta de negociación de una nueva investidura. Si nada hay nuevo que explicar sobre la factura que pasarían los nacionalistas catalanes, –en pleno desafío independentista y con el presidente de la Generalitat sometido a una moción de confianza y en manos de los extremistas de la CUP–, sí conviene detenerse en las probables demandas que plantearía Podemos, entre otras cuestiones, porque no es creíble que el partido que lidera Pablo Iglesias cometiera el error de salvar a la socialdemocracia española en sus horas más bajas por simple desamor a Rajoy. Su apoyo tendrá, sin duda, la contrapartida de poner en un plano de igualdad a los radicales de izquierda con el PSOE, sin descartar la misma pretensión paritaria en la posterior conformación de Gobierno. Es una demanda, además, que Podemos puede apoyar perfectamente en la lógica electoral, dado que se quedó a apenas 400.000 votos de los socialistas. Un Ejecutivo de tal naturaleza, con posiciones diametralmente opuestas en asuntos tan centrales como el Plan de Estabilidad de la Eurozona –que condiciona los Presupuestos del Estado–, la política impositiva o el modelo territorial, está condenado al fracaso de uno de los socios: el que más se aparte de la voluntad de sus electores. Pero incluso si Pablo Iglesias se aviniera a una fórmula menos agresiva, de puntuales apoyos externos, siempre estaría en condiciones de imponer su precio, bien en solitario, bien en compañía de los secesionistas, que es, precisamente, lo que más alarma siembra en amplios sectores del Partido Socialista, como puede deducirse de declaraciones tan enérgicas como las efectuadas ayer por el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, avisando de que no está dispuesto a que Pedro Sánchez ponga en cuestión la Constitución o la soberanía nacional para ser candidato a investidura. Desconcierta, sin embargo, que el secretario general socialista, que conoce de sobra estos condicionantes –que ya le llevaron a una primera frustración– insista en la propuesta. Él no pierde nada, cierto, pero puede provocar indeseadas consecuencias a su partido y al conjunto de la sociedad.
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