Atentado en Barcelona

España, con las víctimas de Barcelona

La Razón
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La enésima campaña del separatismo catalán contra las instituciones del Estado, extrañamente apoyada por sectores que se dicen progresistas, no puede hacernos olvidar que, hoy, hace dos años, fueron asesinadas 16 personas y otras 152 sufrieron graves heridas a manos de unos terroristas yihadistas, que habían conformado una célula en la órbita del Estado Islámico. Deberían ser, pues, las víctimas de esos atentados, hombres, mujeres y niños, el centro de las conmemoraciones públicas y el motivo inexcusable para la unión en el dolor de todas las gentes de buena voluntad. Y, sin embargo, un año más, los partidos nacionalistas catalanes, desde las propias instituciones del Principado, promueven las teorías conspiratorias y la división de la ciudadanía, tal y como hicieron en aquellas trágicas jornadas, insensibles a la memoria de las víctimas y a sus padecimientos, por mor de una más que dudosa ventaja política.

Que la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que gobierna apoyada por el PSC, haya dado pábulo a esta campaña indigna, exigiendo una investigación parlamentaria sobre hechos bajo instrucción judicial y que, además, no guardan misterio alguno, demuestra hasta qué punto el nacionalismo ha infectado a una parte de la sociedad catalana, que, al parecer, busca en los bulos y las mentiras los argumentos que desmontan los simples y puros hechos. No es la primera vez, ni será la última, que individuos innobles tratan de manipular en su beneficio la tragedia del terrorismo, con insultante omisión del padecimiento de sus víctimas. Por supuesto, no nos referimos a la plaga de las teorías conspiratorias, que el mundo infinito de internet expande y retroalimenta sin propósito aparente, sino a aquellos que buscan el daño objetivo, como en este caso.

Porque lo ocurrido en Barcelona el 17 de agosto de 2017 y en Cambrills, en la madrugada del 18, fue la obra exclusiva de una célula terrorista islamista, formada y organizada por un imán radical de origen marroquí que operaba desde una mezquita de Ripoll, y que, desafortunadamente, escapó a la vigilancia de los servicios contraterroristas españoles. Por cierto, los mismos servicios de la Policía Nacional, la Guardia Civil, los Mossos, la Ertzaina y el CNI que entre 2013 y 2017 habían conseguido desarticular medio centenar de grupos yihadistas similares, impidiendo que llevaran a cabo sus designios de muerte. Es cierto que existían indicios de la peligrosidad del imán de Ripoll, pero ni fueron suficientes para enervar su presunción de inocencia ni permitieron descubrir pistas sobre el resto de los integrantes de la célula, que había comenzado a formarse en 2015 y que se caracterizaba por los estrechos lazos familiares de sus miembros y por el uso de sistemas de comunicación opacos a la vigilancia.

Se podrá argüir, siempre es así, que se deberían haber adoptado otras acciones policiales, pero lo cierto es que de ninguna manera se puede acusar a los Mossos o al resto de los cuerpos de Seguridad del Estado de actuación irregular alguna. Por ello, lo importante es que, hoy, en Barcelona y en el resto de España, todos estemos unidos detrás de las víctimas y de sus familiares, respetando su dolor y ofreciendo el apoyo de una sociedad solidaria, que sabe levantarse en los peores momentos.

Que queden en nuestra memoria las imágenes de quienes, ciudadanos del común, vecinos de Barcelona, se volcaron en la ayuda de los heridos y abrieron las puertas de sus casas y establecimientos comerciales a quienes lo demandaron cuando la confusión y el miedo lo embargaba todo. Hay que recordarlo porque, también hoy, algunos políticos, como Ada Colau, la alcaldesa de esa misma ciudad que se abrió al dolor y la solidaridad hace dos años, no sabrán estar a la altura de los acontecimientos.