Unión Europea
España, en el centro de Europa
Decir que la UE vive su momento más crítico desde la fundación de la Comunidad Económica Europea hace 60 años no es una exageración, ni una distorsión de los problemas reales que tiene planteados el proyecto europeo. La UE tiene un claro enemigo interior y otro exterior, pero ambos comparten la necesidad de recuperar las soberanías nacionales para hacer frente al único y gran peligro existente bajo su punto de vista: los movimientos migratorios y la globalización de los mercados. El enemigo interno está representado por el auge de los partidos populistas y, de manera especial, los derechistas y xenófobos, cuyas opciones de poder son más claras. La líder del Frente Nacional francés, Marine Le Pen, no esconde cuáles son sus intenciones si alcanza la presidencia, posibilidad que no hay que minimizar, pues todos los sondeos le dan como ganadora en la primera vuelta, a la espera del «efecto Macron»: sacar a Francia de la UE, siguiendo el modelo del Brexit. De hacerse realidad, sería un golpe letal para el proyecto europeo tras la salida de Reino Unido. El avance de la extrema derecha en Holanda, Finlandia, Polonia, Hungría o Suecia está evidenciando un malestar que obligará a replantear algunos principios de la UE. El enemigo externo está representado por Donald Trump, precisamente por el presidente del país cuya alianza con Europa, y no solo militar, ha definido a los sistemas político parlamentarios frente al modelo autocrático representado por la Rusia de Putin. El presidente de EE UU augura la desaparición de la UE en un corto plazo y trabajará para ello. «La Unión Europea es básicamente un vehículo para Alemania», ha dicho Trump, «por eso pienso que el Reino Unido ha hecho bien en marcharse». La reunión que mañana tendrá lugar en Versalles entre el presidente francés François Hollande, la canciller alemana Angela Merkel, el primer ministro italiano Paolo Gentiloni y Mariano Rajoy, que representan a los países más importante de la UE y a sus primeras economías, tiene como objetivo preparar la cumbre del próximo 25 de marzo en Roma, que coincide con el 60 aniversario de la CEE, y dar un nuevo impulso a proyecto europeo. Antes de este encuentro, la premier británica Theresa May deberá poner en marcha el artículo 50 del tratado de la UE que abrirá la negociación de la salida de Reino Unido. La reunión de Versalles se celebrará tan sólo tres días antes del Consejo Europeo de Bruselas, al que asistirán los Veintiocho. La vuelta de España al directorio de la Unión –ausencia motivada por el bloqueo institucional de nuestro país y de la negativa de Matteo Renzi– tiene también una doble importancia. Por un lado, se suma al grupo dirigente un país que ha apostado por la estabilidad política frente a las opciones disolventes y antieuropeístas, también patrocinadas por la izquierda radical –como Syriza, el laborista Jeremy Corbyn y Podemos– y afianzar una opción que apuesta por el proyecto europeo. Por otro lado, se trata del mensaje de más peso político lanzado desde Europa sobre las aspiraciones del independentismo catalán: España es parte fundamental de la UE y no se va a aceptar ningún proceso de secesión que supondría poner en crisis a toda la Unión, precisamente en un momento en el que ésta debe reforzarse. El nacionalismo catalán ha fracasado en su intento de debilitar al Estado español. El reto que los mandatarios europeos tienen por delante no es pequeño, porque, aunque está claro el diagnóstico sobre por qué los partidos populistas y xenófobos están en auge, Europa debe tener un papel político más definido. Si Washington consigue cerrar acuerdos con los países miembros saltándose la UE, la unidad europea se verá dañada.
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