Guerra contra las mentiras en la red
No es de extraña que la fuga de datos de usuarios de Facebook haya desencadenado una tormenta política mundial. Se trata de la mayor red social, con 2.167 millones de usuarios en todo el mundo (la población total es de 7,5 millones), cuya capacidad de influencia se ha demostrado decisiva, no sólo en tendencias y modas que se consideran irrelevantes –aunque comercialmente muy rentables–, sino también en la política. El caso ha sido revelado este fin de semana, pero todo arranca en 2014, cuando la consultora electoral Cambridge Analytics recopiló 50 millones de usuarios de Facebook. Esta fuga permitió trazar los perfiles psicológicos más adecuados para determinadas campañas electorales. La que llevó a Trump a la Casa Blanca en 2016 está ahora, de nuevo, en el centro de esta crisis. Hay conexiones que requerirán una explicación: entre los fundadores de Cambridge Analytics está Steve Bannon, el que fuera asesor áurico de Trump y cerebro de su campaña electoral, aunque ahora apartado del núcleo de poder de Washington. Tras conocerse que Facebook había sido víctima de esta «fuga» de usuarios –y que la mantuvo oculta– hubo una primera reacción automática de los mercados, con una caída del 6,76% –y pérdidas de 29.639 millones de euros–, que, a su vez, arrastró al resto de tecnológicas. La segunda es política: el Parlamento británico ha llamado a declarar a Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, para explicar qué medidas preventivas adopta para evitar que información privada pueda ser utilizada con fines inconfesables. La tercera es la vulnerabilidad de los que utilizan este sistema, el uso político que se pueda hacer de sus perfiles y, en definitiva, la última gran guerra que se está librando: la de la verdad. O cómo hacer para que la mentira no circule o pueda ser detectada en las redes sociales. Los gustos, las preferencias, las tendencias de consumo, el género, la profesión, las ideas políticas, el nivel de ingresos... todo aquello que acaba componiendo un algoritmo indescifrable es ahora la herramienta por la que pelean todos los centros de poder para influir. Algo deberá decir Zuckerberg sobre por qué la información sobre los usuarios de Facebook, que siempre ha cedido para investigaciones académicas, acabó vendiéndose a Strategic Communication Laboratories, germen de Cambridge Analytics y, por lo que vemos, con oscuros intereses políticos o, por lo menos, con capacidad para ganar elecciones (Facebook tiene en EE UU tiene 171 millones de usuarios, de un total de 325; en España hay 22,13 millones, el 48%). Facebook ha logrado transformar la industria del periodismo en Estados Unidos debido a la cantidad de usuarios activos y el poder de sus algoritmos que se encargan de entregar el contenido a la medida del consumidor; prueba de ello es que en las elecciones del 2016 fue la red social que marcó la diferencia. No sólo se produce un uso abusivo de los contenidos de los medios de comunicación tradicionales –prensa, radio, televisión, agencias– sino que ha optado por la baja calidad –a pesar de cambios recientes para evitar que la noticia más cliqueada, pese a ser falsa, tenga un lugar predominante– y la extensión del bulo, como hemos podido ver estos días en los sucesos de Lavapiés. La Comisión Europea aprobará esta misma semana un impuesto digital del 3% que se podría imponer a los grandes de internet para compensar la evasión fiscal de estas multinacionales. España deberá revisar toda su legislación –Ley de Protección de Datos, de Propiedad Intelectual y la de Servicios de la Sociedad de la Información y del Comercio Electrónico– para frenar lo que pueda acabar siendo una maquinaria al servicio de la mentira.
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