Mariano Rajoy
La fuerza de la España de la transición derrota al populismo
Si alguien ha querido dar por muerta la España democrática surgida de la Transición y del entendimiento entre diferentes habrá constatado su error o, cuando menos, su precipitación. Porque lo que se desprende del atento seguimiento del debate de investidura de ayer en el Congreso es todo lo contrario: que aún existen materiales y disposición suficientes para tender puentes y armar diálogos en la escena política española. Con el peso argumental añadido de que quienes se han comprometido a desbloquear la formación de Gobierno, ya sea desde el voto positivo al candidato popular o desde la abstención consciente, representan el 69,07 por ciento de los votos emitidos en las últimas elecciones generales o, lo que es lo mismo, 255 de los 350 escaños que componen la Cámara. Ése es, también, parte del retrato de la España real, la España plural a la que, desde el populismo, se intenta dividir en compartimentos estancos –partida por barrotes generacionales o urbanos que ni siquiera se sostienen en la sesgada estadística–, y cuyos ciudadanos reclaman el derecho a que se respete su voluntad mayoritaria expresada en las urnas. Hay que recalcar la evidencia, porque no es la primera vez que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, debe intervenir desde la tribuna para explicar cuáles son los puntos esenciales en una democracia moderna. Fue una gran intervención parlamentaria, amena y acerada en ocasiones, sin perder por ello el rigor y la elegancia expositiva, que debería servir de ejemplo al portavoz socialista, Antonio Hernando, mucho menos afortunado en su intervención de ayer. Una comparecencia de Mariano Rajoy digna del mejor Parlamento, frente al discurso ultramontano de populistas y separatistas que pretende la deslegitimación del sistema y que trae ecos de las supuestas conspiraciones tan gratas al argumentario de regímenes sin libertad política. No. Los votos son los que son y las decisiones de sus depositarios tienen la legitimidad de origen. Que en el Congreso se haya tildado de «golpe democrático» o «coacción del Ibex» el acuerdo de investidura alcanzado, retrata a quienes, derrotados en las urnas, no admiten más verdad que la suya. También, por supuesto, desenmascara el tacticismo político del líder de Podemos, Pablo Iglesias, que, con plena conciencia de lo que hace, trata de arrogarse el papel de jefe de la oposición que no le han concedido las urnas. En la España plural y dialogante, por contraposición a la frentista y sectaria, el acuerdo no supone la pérdida de identidad política alguna ni, por supuesto, renuncia a los principios ideológicos. Más allá de los juicios de intenciones sobre si se hace de la necesidad virtud, la decisión de abstenerse del PSOE no resta un ápice al socialismo español del papel en el que la han situado los electores, que es el de encabezar la oposición al Gobierno desde la izquierda. Por supuesto, creemos que en las actuales circunstancias el Partido Socialista podría ir más allá de su papel y aceptar la gran coalición que viene ofreciendo Mariano Rajoy. Pero, aun si el PSOE se decidiera por no permitir la estabilidad del Gobierno, tendría la misma legitimidad que le tratan de negar quienes, en realidad, aspiran a suplantar su espacio. Hay, pues, una España real, muy mayoritaria, que desea que sus representantes acuerden y pongan los intereses generales por encima del partidismo. Es la España que nació en la Transición, libre, moderna y profundamente democrática. Y están, también, los otros. Pero son los menos.
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