Cataluña

La inocentada a Mas

La Razón
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Siempre quedará en la retina ciudadana el esperpento político escenificado ayer en Sabadell, donde una asamblea antisistema votando en urnas de cartón decidía el futuro inmediato de más de siete millones de catalanes. Pero la responsabilidad de que un grupo político minoritario como la CUP, que obtuvo el ocho por ciento de los votos en las elecciones autonómicas celebradas el pasado mes de septiembre, haya podido tomar como rehén político a una de las comunidades más pobladas y pujantes de España recae, nadie lo dude, en el presidente en funciones de la Generalitat, Artur Mas, cuyo comportamiento debería avergonzar a los dirigentes de su partido y a quienes han permitido que Cataluña se despeñe hacia una situación de ingobernabilidad e inestabilidad que sólo puede traer perjuicios al conjunto de la sociedad. Lo de menos en todo este penoso asunto es el paripé montado por los dirigentes de la CUP en el remedo asambleario de ayer en Sabadell, –liquidado con un inverosímil empate a 1.515 votos entre los partidarios y los contrarios a la investidura de Artur Mas, tras tres rondas de votación–, porque lo que subyace en el fondo de la peripecia es el irrecuperable desprestigio del líder convergente, condenado en el mejor de los casos a presidir un Gobierno con el tiempo tasado, troceado en una coral de comisiones ejecutivas y maniatado por los compromisos adquiridos con los antisistema, que, dicho sea de paso, han demostrado que pueden adoptar los peores vicios de esa «casta» a la que dicen despreciar. Artur Mas no sólo ha llevado la división estéril a su partido, entregando a la extrema izquierda los destinos de Cataluña, sino que ha llevado a una parte de la sociedad catalana hacia un camino que no tiene otro final que la frustración. Por ello, llegados a este punto, la única salida digna que le queda es renunciar a la presidencia de Cataluña y convocar nuevas elecciones con otro equipo al frente de las opciones del centro derecha nacionalista catalán. Porque aunque es probable que los dirigentes de la CUP terminen de torcer la voluntad de sus bases para mantenerle otros seis meses al frente del Gobierno autonómico, sólo se conseguiría agravar la situación de impasse político del Principado y agudizar el enfrentamiento con las instituciones del Estado. Un enfrentamiento que no sólo fractura a la sociedad catalana, que se expresó mayoritariamente en favor del respeto a la legalidad constitucional y a la españolidad de Cataluña, sino que será utilizado por los extremistas de la izquierda como ariete contra el actual sistema democrático. No en vano detrás del exhibido separatismo de la CUP se oculta la vocación de destruir la economía de libre mercado y romper el proceso de consolidación de la Unión Europea. Ni Cataluña ni el resto de España se merecen el caos político que ha provocado Artur Mas con su insistencia en salvarse personalmente y no querer asumir la responsabilidad de la situación catastrófica a la que ha llevado a su partido. Una actuación que ha dejado paralizada a su comunidad durante un año decisivo, en el que Cataluña, sin Gobierno, proyectos y con un presupuesto fantasma, no ha podido seguir el ritmo de recuperación económica del resto de España. Muy al contrario, presenta unos indicadores de deuda, paro y PIB muy preocupantes si los comparamos con su indiscutible potencia productiva.