Unión Europea
La Italia populista es una amenaza
Tras el Brexit, la Unión Europea se enfrenta en Italia a un escenario político muy complejo que, potencialmente, puede desembocar en una nueva crisis de deuda soberana. Aunque se suelen contemplar con displicencia, fruto de la experiencia acumulada, los crónicos problemas políticos de la, hasta ahora, tercera potencia europea, lo cierto es que la formación de un Gabinete en Roma dominado por dos formaciones de carácter populista, como son el M5S y la Liga Norte, supone una situación inédita y una bomba de profundidad para la estabilidad de la eurozona. Esto es así porque si las urnas salvaron los muebles en Francia, Holanda y Alemania, frenando el auge del radicalismo, el voto del enfado y la indignación de los italianos ha creado una alianza contranatura, que sólo encuentra confluencia en el nacionalismo más primario y en su subsecuente antieuropeísmo. En efecto, el acuerdo de Gobierno que ayer concluyeron el líder de la Liga, Matteo Salvini, y el del M5S, Luigi Di Maio, es la respuesta fácil a los problemas de Italia, en tanto que renuncia a resolverlos. Sólo la reducción de impuestos a las capas más altas de la sociedad, compensada con una «renta básica» para las clases más desfavorecidas, y la derogación de la reforma de la Ley de Pensiones que impulsó Matteo Renzi, supone una ampliación del gasto público de 100.000 millones de euros, para una economía como la italiana que presenta la segunda deuda más elevada de Europa –un billón trescientos mil euros, es decir, el 132 por ciento del PIB–, sólo por detrás de Grecia. Esta huida hacia adelante, que tendrá que sortear los acuerdos de estabilidad firmados con Bruselas, ya ha alarmado a los mercados financieros internacionales y ha hecho saltar la prima de riesgo italiana hasta los 147 puntos, justo el doble que la española y por encima, incluso, que la de Portugal. Asimismo, pierde posiciones la banca italiana, de cuya solvencia general ya se dudaba, y amenaza con una grave pérdida de inversiones. Estos males, sin embargo, no son de ahora. Italia lleva 15 años de estancamiento económico –España ya supera al país transalpino en el PIB per cápita–, presenta un grave problema de falta de inversiones públicas, sobre todo en el sur; arrastra las consecuencias de los terremotos de 2016 y 2017, pero, sobre todo, por falta de gobiernos fuertes, no ha llevado a cabo las reformas estructurales necesarias para corregir los desequilibrios financieros. Y ahora, tras el fiasco del nuevo sistema electoral, se encuentra abocada al tira y afloja de dos partidos que pretenden, nada más ni nada menos, que sea la Unión Europea la que cambie de agenda política, renuncie a profundizar la unión monetaria y vuelva a la barra libre del déficit. Todo ello, claro, bajo la amenaza de provocar la inestabilidad interna de la eurozona. Como ya demostraron los populismos griego y portugués, sólo desde la ortodoxia económica y la disciplina del gasto público es posible vencer a la crisis y permanecer como socio de la moneda única. Exige sacrificios en el estado del bienestar, pero no menos que el desgaste sensible y continuo que viene padeciendo buena parte de la sociedad italiana. La fórmula es conocida y puede hacerse, como ha demostrado España, que, pese al surgimiento de movimientos radicales del mismo estilo, ha mantenido la estabilidad política. Primero, gracias a una mayoría absoluta del Partido Popular; luego, merced a la negociación de acuerdos presupuestarios con formaciones que, por supuesto, no creen en el voluntarismo como instrumento para el crecimiento. Italia, que se ha deslizado hacia la política de la cólera social y la magia aparente de políticos taumatúrgicos, acabará por añorar las épocas del bipartidismo, por muy imperfectos que fueran los partidos que lo protagonizaron.
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