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Las razones de un éxito

La Razón
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Frente a quienes ayer se apresuraron a tildar de «comedia electoralista» el proyecto de Presupuestos Generales del Estado aprobado por el Consejo de Ministros, es forzoso señalar una evidencia: que, lejos de improvisaciones populistas, el presidente Mariano Rajoy ha presentado el cierre de un plan de Gobierno de cuatro años, cumplido a rajatabla y cuyas líneas generales habían sido previamente anunciadas a todos los ciudadanos. Tal vez la pobreza dialéctica de las reacciones de los portavoces de la oposición, que ni se molestan en cambiar la falsilla del discurso, se deba a lo insólito en la experiencia socialista de un Ejecutivo que, en lugar de acabar la legislatura corto de fondos y recurriendo al déficit para sufragar regalos electorales de última oportunidad, lo hace con un incremento de los ingresos de Hacienda, reducción de la carga financiera de la deuda pública y menor peso de los gastos por desempleo. En definitiva, todo lo contrario de lo que ocurrió en la anterior legislatura. Es, por lo tanto, una economía en crecimiento –el mayor de todos los países de la OCDE–, sin mayores desequilibrios fiscales y con la confianza recuperada de los inversores nacionales y extranjeros, la que puede permitirse proyectar unos PGE con un notable incremento del gasto social y, al mismo tiempo, mantenerse dentro de los límites de déficit establecidos por la reforma de la Constitución que impulsó el anterior presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, con el apoyo del PP, de acuerdo a los compromisos firmados con la Unión Europea. Cuando ayer, al presentar su balance del curso político, Mariano Rajoy se refirió a una economía que, tras un duro proceso de saneamiento, ha entrado en un círculo virtuoso, no hacía más que exponer, legítimamente, sus credenciales como artífice de un cambio que viene constatado por todos los indicadores de actividad y que reflejan una economía saneada, de precios contenidos, con un porcentaje de exportación sobre el PIB sólo superado por Alemania y que, por fin, está creando empleo neto. Detrás de este éxito, que reconocen todos los organismos internacionales y nuestros socios europeos, pero que en España está sujeto a las habituales anteojeras ideológicas, no sólo está la aplicación más o menos feliz de unas medidas de naturaleza fiscal o financiera, sino el desarrollo de un programa político de envergadura que, a través de una notable labor legislativa, con más de un centenar de leyes aprobadas, ha conseguido cambiar las bases de una economía deficiente, como era la española, que actuaba como una máquina de destrucción de empleo al menor cambio en la coyuntura y que precisaba de altos índices de crecimiento para volver a crear puestos de trabajo. Ha sido un esfuerzo general de toda la sociedad española, pero especialmente de las clases medias, a las que se exigió una mayor contribución impositiva, y de los funcionarios públicos, que vieron congelarse sus ingresos y sufrieron la retirada de una de las pagas extraordinarias. Los PGE de 2016 reparan en parte estos esfuerzos, sin los que no hubiera sido posible afrontar la grave caída de los ingresos que sufrió Hacienda entre 2009 y 2013. No podemos, sin embargo, cantar victoria porque ese «círculo virtuoso» depende en gran medida de que seamos capaces de perseverar en el camino emprendido. El ejemplo de Grecia –citado ayer por Mariano Rajoy–, arrastrada a la ruina por un sarampión populista cuando comenzaban a dar fruto los programas de rescate; pero, también, el de las actuales dificultades de Italia, lastrada en los primeros momentos de la crisis por su crónica inestabilidad política –que llevó a tener que designar a un jefe de Gobierno sin pasar por las correspondientes urnas–, son muestras suficientes de la importancia de mantener el rumbo. A cumplir ese objetivo, que sólo se culminará cuando se solucione el problema del desempleo, es preciso no olvidarlo, no ayudan, precisamente, ni el desafío separatista catalán ni la constante amenaza revisionista de la oposición. Porque de la misma manera que en años pasados se han concitado varios factores positivos – una divisa más favorable a las exportaciones, menores costes de la energía, incremento del turismo o el cambio en la política financiera del Banco Central Europeo–, que han ayudado a la recuperación, basta con entrar en un periodo de inestabilidad institucional, propicio a la demagogia de la barra libre del déficit, para dar al traste con todo lo hecho. Al final, serán las urnas donde se decida el futuro.