Cataluña

Mas, camino a ninguna parte

Los dos firmantes del pacto de legislatura catalán, CiU y ERC, perfilan en estos días los jalones de la llamada «transición nacional», que debería culminar en la convocatoria del referéndum separatista. Es decir, que bajo la estricta vigilancia de los republicanos de Esquerra, el presidente de la Generalitat, Artur Mas, comienza el absurdo y tortuoso camino hacia ninguna parte. Si sorprendente es la cerrazón de los convergentes, sordos a las llamadas a la realidad y al espíritu de concordia de amplios sectores de Cataluña, escapa a toda lógica política que se inste al Gobierno de la Nación a establecer un diálogo que no tiene otro objeto que atentar contra la unidad de España, consagrada como principio irrenunciable en la Constitución. Se pide un imposible a sabiendas, y se generará, por lo tanto, discordia, frustración y confusión. Exactamente lo contrario de lo que precisa Cataluña para superar una crisis financiera y social que se revela cada vez más profunda, a medida que se hacen públicos los últimos indicadores económicos del año que acaba de terminar. Sin olvidar que una Cataluña debilitada representa un factor muy negativo para el conjunto de España.

Ante esa reiterada insistencia en abrir un diálogo con el Estado, que figura, incluso, en uno de los cinco puntos fundamentales en que se articula el programa separatista, no cabe otra respuesta que la dada por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, el pasado 28 de diciembre: el ordenamiento jurídico español inhabilita cualquier negociación al respecto, a menos que se llevara a cabo una reforma agravada de la Constitución, posibilidad que nadie contempla, ni siquiera a largo plazo. Este hecho, que reduce a la nada todo el proyecto separatista, es de sobra conocido por Artur Mas, lo que hace aún más inexplicable su pacto con ERC. Porque tras los caros fuegos de artificio y las cataratas de solemnes declaraciones, lo único que quedará en la mesa de negociación será la racionalización del gasto financiero, la reducción del déficit y la reestructuración de una Administración autonómica que ha alcanzado dimensiones de mastodonte y que, como advertía ayer el consejero de Economía, Andreu Mas-Colell, va a exigir una nueva subida de impuestos para los catalanes, que ya soportan la mayor presión fiscal de todas las autonomías. Ahí, no nos cabe duda, la Generalitat encontrará la mano tendida del Gobierno de Mariano Rajoy para abordar una negociación que solucione en lo posible los problemas de financiación, desde la confianza y la lealtad. Porque, llegado el momento, no será precisamente ERC, que fue cómplice directo, desde el tripartito, del actual desastre económico de Cataluña, el mejor compañero de viaje.