Damasco

Obsesiones del laicismo militante

Cualquier viajero que se acerque a Estambul, antigua Constantinopla, comprobará que Santa Sofía primero fue basílica patriarcal ortodoxa, que después se reconvirtió en catedral católica y, tras la invasión otomana, acabó siendo mezquita, aunque hoy ha sido entregada de lleno al secularizado usufructo del turismo internacional. Así es la historia. A nadie de las minoritarias comunidades de religión ortodoxa griega y católica romana turcas se le ocurriría demandar que Santa Sofía se abriese para su culto particular (se conformarían con poder practicar su religión libremente en un país de aplastante mayoría musulmana). Hay que respetar el pasado, sobre todo cuando éste ha sido importante y ha dejado una simiente de sabiduría que puede verse en nuestra historia. Pero, sobre todo, hay que respetar el presente y evitar que aquello que los siglos cerraron no lo desentierren operaciones de ingeniería historicista. Esto lo deberían tener en cuenta los que encabezan la llamada Plataforma Mezquita-Catedral de Córdoba para que el templo sea de titularidad pública con el objetivo de que su uso sea compartido por católicos y musulmanes. Esta campaña ha encontrado rápidamente socios que ven un menoscabo del pasado del Emirato de Córdoba, allá por el 780. Al Jazeera –la televisión que monopoliza la información del islamismo global– destacaba ayer que «la Catedral de Córdoba fue una vez una mezquita pero la Iglesia católica quiere la propiedad exclusiva», mientras «los musulmanes de la ciudad dicen que sería una nueva versión de su historia compartida». Ignora este medio muy interesadamente que en España, país en el que se respeta constitucionalmente la libertad religiosa (artículos 14, 16 y 27), la comunidad islámica no es discriminada por sus creencias, ya que puede practicarlas y ser educada en ellas. Esa «historia compartida», reclamada más de ocho siglo después, no puede ser otra ahora que la que nos une a todos los ciudadanos, aquella que marca la Constitución, que es también la de los musulmanes de nacionalidad española. El problema es otro. La Mezquita de los Omeyas, la más importante de Damasco y una de las más grandes y antiguas del mundo, se construyó sobre la catedral bizantina dedicada a San Juan Bautista, pero nadie ha reclamado su uso como centro de culto cristiano. Como decíamos antes, sería suficiente que los católicos perseguidos de Siria pudiesen serlo libremente. Y hay algo más. Vuelve el laicismo militante a mostrar su obsesiva persecución a la comunidad católica al querer modificar un hecho histórico innegable: desde 1238 se llevó la cabo la reconversión de la mezquita –que a su vez se levantó sobre la basílica visigótica de San Vicente Mártir–en catedral católica. Pero incluso por encima de los sedimentos de la Historia, está el mandato de una sociedad moderna de vivir en concordia y respetando las creencias de todos.