La investidura de Sánchez

Pedro Sánchez debe rectificar o dar un paso atrás

La Razón
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Sólo una rectificación completa, un giro de 180 grados en la estrategia seguida hasta ahora por el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, puede evitar que España vaya a una repetición de elecciones o, lo que sería mucho peor, que la investidura del candidato socialista trajera lo que, a todas luces, se ha tratado de evitar: que Podemos se hiciera con los ministerios del gasto público y con la llave de la reforma laboral. Porque, desde la más mínima coherencia, las razones en las que Sánchez ha basado su rechazo a la oferta de un Gabinete de coalición con la izquierda radical seguirán vigentes el próximo 23 de febrero, e insistir en la pretensión de que el partido que lidera Pablo Iglesias renuncie a reclamar la cuota de influencia que le otorga, legítimamente, por supuesto, la actual aritmética parlamentaria es volver al círculo vicioso. Si el candidato no es capaz de otear otras soluciones, que existen por muy difíciles que se presenten, lo mejor para España, para su partido e, incluso, para el mismo es que dé un paso atrás y permita al PSOE elegir una figura alternativa de mayor consenso.

Sin duda, en los dos próximos meses, Pedro Sánchez tratará de imponer un relato exculpatorio de su responsabilidad en el bochornoso espectáculo vivido por los españoles durante la sesión de Investidura, en el que la rebatiña presupuestaria y la pugna por los sillones ministeriales parecía ser el único objetivo de una negociación no sólo imposible, sino que nadie en el partido socialista parecía desear. Pero si trasladar las culpas a Pablo Iglesias o a los partidos nacionalistas es, lisa y llanamente, tomar por ingenuos a los ciudadanos, endosar el fracaso a las «derechas» roza el desparpajo. Porque es preciso partir del hecho de que ni la lógica política ni la trayectoria histórica del PSOE hacían plausible un Gobierno de coalición con el populismo radical, mucho menos, condicionado a los apoyos externos del separatismo catalán. Si bien esa alianza, fruto de una suma de oportunismos, había servido a Pedro Sánchez para echar de La Moncloa a Mariano Rajoy, quedó demostrada su futilidad en cuanto hubo que poner sobre la mesa el proyecto de Presupuestos Generales del Estado, que es, no lo olvidemos, el instrumento básico para determinar la política de un Ejecutivo. Pues bien, pretender que el mismo partido que provocó el fracaso de su primer Gobierno y obligó a convocar elecciones le otorgara gratuitamente la investidura es caer en angelismos, en esta caso, izquierdistas, o es un acto de voluntarismo absolutamente rechazable, Si, además, se insulta al supuesto aliado con un veto personal, como el que se impuso a Pablo Iglesias, parece que se roza la astracanada.

No hay, pues, más responsabilidad en Pablo Iglesias que la que se pueda atribuir a su propia manera de ver el mundo, a sus concepciones ideológicas y, por supuesto, al respeto que le debe a sus votantes. De ahí, que toda esta ceremonia del absurdo se nos antoje gratuita y hay a que insistir en que si no era posible el pacto, al menos en la condiciones que obligaban a Podemos, el mero intento no pasaba de ser un brindis al sol.

Lo mismo reza para los partidos nacionalistas catalanes, cuya agenda, por conocida, es ocioso glosar y que, a la vuelta del verano, van a tener que gestionar, políticamente, claro, y para consumo interno, las sentencias que dicte el Tribunal Supremo sobre la intentona golpista de octubre de 2017.

Pero la búsqueda de culpables de Pedro Sánchez también se extiende a los partidos del centro derecha, PP y Ciudadanos, cuya abstención, efectivamente, le hubiera ahorrado el mal trago de ayer. El problema, sin embargo, es que el candidato socialista en ningún momento trató, más allá de las genéricas apelaciones a la estabilidad y a la responsabilidad de Estado, de buscar un punto mínimo de acuerdo ni con Pablo Casado ni con Albert Rivera. Sánchez partió del supuesto, equivocado, de que le bastaba con los votos de Podemos y de los nacionalistas para repetir la mayoría de la moción de censura. Votos que, a su entender, vendrían obligados, es decir, sin mayores contraprestaciones, ante la «alarma antifascista» de VOX y desde el concepto de superioridad que sobre el resto de las izquierdas siempre ha tenido el PSOE.

Pero, incluso, aceptando que la búsqueda de un acuerdo con el Partido Popular podía entrar en el mundo de las utopías, especialmente, con la herida de la moción de censura aún en carne viva, o comprendiendo las dificultades objetivas de pactar con Ciudadanos, mientras el PSOE sostiene gobiernos autonómicos con los nacionalistas más radicales, lo que importa es que Pedro Sánchez se cegó a cualquier salida por ese lado. Y, sin embargo, el pacto con Albert Rivera, cuyos escaños suman una cómoda mayoría absoluta con los socialistas, era una opción posible de haberse querido contemplar en serio y sin dar por sentado, como se ha hecho, la existencia de vetos personales cruzados. Nos referimos, en cierto modo, al arte de la política, entendida como servicio al bien común y no como divisora en bloques, para reiterar un hecho que nadie parece tener en cuenta, pero que está ahí: que aún hay tiempo para que Pedro Sánchez rectifique y, al menos, explore otras posibilidades de acción. No es descabellado, no debería serlo, que en una democracia avanzada como es la española, los grandes partidos del centro derecha y de la socialdemocracia, que comparten en toda Europa una visión común de la gestión de los recursos públicos, de la defensa del libre mercado y de las libertades individuales llegaran a grandes acuerdos de Estado. Más si cabe, en un país como España, donde los nacionalismos excluyentes operan con fuerza.

Pedro Sánchez, se ha visto, carece de apoyos porque no se ha ganado la confianza, ni siquiera de los más cercanos. Y en buena parte, es un problema de fiabilidad y crédito personales.