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Podemos, un partido viejo

La Razón
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Lenin ha dado muchas frases célebres a la Historia –muchas irreproducibles– que más de uno, todavía hoy, quiere seguir al dictado como si así de nuevo pudiera hacer realidad el objetivo del Gran Líder: alcanzar el poder lo antes posible. «La organización está bien, pero el control es mejor», dejó dicho el padre de la revolución bolchevique, y lo cumplió con escrúpulo hasta crear un partido organizado como un ejército. Dicho a la manera del despotismo ilustrado: «Todo para el pueblo, pero sin el pueblo». Podemos, un partido dirigido por «politólogos» (que es a la política lo que la gastronomía a la cocina), es un ejemplo de paternalismo en el que se invoca la voluntad de los «círculos», pero en el que luego se hace lo que la nomenclatura –rigurosamente ordenada numéricamente– manda. Nada nuevo. Tras la crisis abierta con la marcha (¿dimisión?, ¿cese?, ¿defenestración?, ¿purga?) de Juan Carlos Monedero, número tres de Podemos, ha quedado clara, ya no la férrea disciplina a la que Pablo Iglesias, el número uno, quiere someter a un partido que apenas en un año se ha propuesto acabar con la «vieja política», sino su estrategia oscurantista, al punto de que desconocemos, todavía hoy, las líneas básicas del programa político con el que se ha propuesto cambiar España, acabar con la «casta» y, si se habían quedado cortos en soberbia, con el «régimen del 78». Ocultar el programa no es un olvido, sino que responde a una estrategia en la que el único objetivo es conseguir que su discurso radical no les perjudique cara a ampliar su electorado. Por supuesto, el programa debe quedar protegido y sólo trascender un cúmulo de vaguedades (los de «arriba» contra los de «abajo»). Podemos quiere presentarse ante la sociedad española como un ejemplo de partido abierto, centrado y moderado, cuando, en realidad, la apreciación que de él se tiene es muy diferente. Según un sondeo del CIS, el electorado sitúa a Podemos como el partido más a la extrema izquierda del mapa político español. No es una pura cuestión de imagen (no ha existido partido más telegénico), sino de una carencia básica: Podemos no es un ejemplo de tolerancia. El caso de Monedero ha dejado a la luz la debilidad ideológica y la estrategia de Podemos. Por un lado, el hasta ahora número tres es un ejemplo de radicalismo desnortado que, en muy poco tiempo, ha encarnado la doble vara de medir de este partido: sus problemas con Hacienda –o cómo conseguir pagar lo menos posible– no dejaba de ser una manera de actuar de la «casta». Por otra parte, Monedero ha ocultado el contenido del informe por el que cobró 425.000 euros por asesorar al Gobierno de Venezuela y sus explicaciones sólo han sembrado más dudas. Podemos tiene zonas oscuras que no quedan del todo explicadas con la caída de Monedero. Muy al contrario.